Gorilas en la niebla

La lucha de Guillermo Gómez

Guillermo Gómez no se da por vencido. Organiza luchas, debates, conferencias, exposiciones, programas de radio, y cuanta cosa se le va ocurriendo a fin de promover el espíritu de la lucha libre.

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OPINIÓN

Guillermo Gómez no se da por vencido. Organiza luchas, debates, conferencias, exposiciones, programas de radio, y cuanta cosa se le va ocurriendo a fin de promover el espíritu de la lucha libre.

Por: Gabriel Contreras

Foto: Brian Johnson & Dane Kantner – Flickr (Creative Commons)

Guillermo Gómez está sudando. Alrededor, escuchamos alaridos y golpes. Vemos torsos en movimiento, bocas que alardean. Alguien se sube a la tercera cuerda. Tensión. Y mientras tanto, el cuello de Guillermo Gómez comienza a empaparse de sudor. Las acciones se precipitan y hay un puño que se estampa dos veces en el estómago de Baby Puma, que se dobla ante el castigo, cierra los ojos y responde como un gato herido. Diez minutos antes, Guillermo Gómez estaba encerrado con las luchadoras y discutía detalles de la contienda. Dos horas más tarde, seguirá sudando, pero ya muy tranquilo, repartiendo cervezas entre las luchadoras, abrazando al réferi, carcajeándose por este o aquel chiste. Para entonces ya les habrá entregado un sobre amarillo con billetes a cada luchadora, y estará destapándose una lata de Coca Cola.

Guillermo Gómez tiene la lucha libre como un virus que se le metió en la sangre y ha demostrado ser incurable. Le apasiona organizar contiendas. Esto no es un negocio, no gana dinero en esto. “Gabriel, de veras, a veces pierdo, a veces salgo perdiendo, pero sigo en esto por ayudar a las luchadoras”. Es fácil darse cuenta de que no tiene un equipo de trabajo. A veces le ayuda su hermano, que es un bajista con espíritu rebelde, pero nada más. En realidad, todo lo hace Guillermo solo. Uno lo ve llegar en su Tsuru destartalado y no se imagina que él en realidad anda a la corre y corre por pasión, por afición al teatro luchístico. Él no vive de esto. En realidad, es ingeniero. Colabora con algunas empresas fuertes en el ámbito de la construcción, lo suyo es el cálculo. Su mente opera a través de números, y sin embargo disfruta cuando La Chacala o Baby Puma o Mongol Chino se suben al ring, y mira cada escena como si fuera la primera vez, como si fuera un niño, y se acerca al poste y constata que realmente se están aplicando castigo, porque en cada golpe está la emoción del público y a él le gusta provocar.

[perfectpullquote align=»left» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Guillermo Gómez no es un ingenuo ni un iluso. Sabe perfectamente que los luchadores son gente de carne y hueso, que se hiere al caer y se desgasta en cada llave. [/perfectpullquote]Guillermo Gómez suda y no se da por vencido. Organiza luchas, debates, conferencias, exposiciones, programas de radio, y cuanta cosa se le va ocurriendo a fin de promover el espíritu de la lucha libre. De pronto, está sentado con la directora de Cultura de Guadalupe, de pronto establece un acuerdo con Luis Escalante, pero detrás de todas esas acciones aparentemente inconexas, Guillermo Gómez se da cuenta de que el presente es momentáneo y el futuro nunca llegará: así que invita a cenar a El Brazo, y escucha sus aventuras como si se tratara de Las mil y una noches.

Es ingeniero, por eso se las ingenia. Guillermo Gómez está desarrollando nuevos proyectos. Hace tres semanas se sentó con Orlando Jiménez y comenzaron a tramar cómo difundir un documental de Vero Lazos, Gladiadoras, en la Ciudad de México. Jiménez es muy parecido a Guillermo Gómez, es un personaje poseído por el surrealismo: el único crítico de cine que ejerce enmascarado en el mundo. Es verdaderamente raro, como el ingeniero que da el alma por la lucha. El caso es que hoy ellos están asociados, y planean hacer un par de documentales en Monterrey, que tarde o temprano catapultarán, para que muchos sepan que existe Mister Lince, el Pony, la Saeta… y toda esa pandilla de seres extraños a la que todos conocemos como “la gente de la lucha”.

En su casa, Guillermo Gómez tiene «alrededor de cuarenta máscaras», así me lo dice, y obviamente se me viene a la mente la idea de que, en la antigua Arabia, “cuarenta” no era un número exacto, era una metáfora, que significaba “un número infinito”, por eso existe la “cuarentena” y por eso existen los “cuarenta ladrones”.

Guillermo Gómez no es un ingenuo ni un iluso. Sabe perfectamente que los luchadores son gente de carne y hueso, que se hiere al caer y se desgasta en cada llave. Él sabe que detrás del espectáculo hay una gran dosis de sufrimiento, y me cuenta que “ellos no tienen protección, y en la lucha no hay control alguno. Pero algo que influye mucho en ese asunto es la pasión. Ellos quieren luchar, les gusta. Lo harían hasta gratis. Ese es un factor, y el otro es que hay arenas que son totalmente marginales. Imagínate qué control se puede tener en una arena de San Bernabé enloquecida en medio de un domingo de pasión luchística”.

 A lo largo de 2017, Guillermo Gómez convenció al gobierno de Guadalupe, al de Monterrey y a Conarte de que vale la pena poner los ojos en la lucha libre. Ahora, en el 2018, se está esforzando por generar un par de libros y algún documental. Pone dinero de su bolsa, porque piensa que pensar la lucha libre vale la pena. Ni cómo contradecirlo. La lucha libre es cultura, quizás no sublime como Vivaldi o como Velázquez, tal vez no serena como Debussy o como Philip Glass, pero cultura al fin y al cabo. Y Guillermo Gómez lo sabe, no se cansa de pensar en eso.