COLUMNAS   

Musique de merde


Una historia turca

Muchas veces la música se encuentra en donde menos pensamos, y ahí está esperando a ser descubierta y escuchada.

OPINIÓN

Muchas veces la música se encuentra en donde menos pensamos, y ahí está esperando a ser descubierta y escuchada.

Por: Homero Ontiveros

Artwork de Yolda

Cada oportunidad que tengo de viajar a otro país aprovecho para buscar música de ese lugar, así que antes de viajar busco información sobre los músicos importantes, tanto actuales como de otras generaciones, que hayan marcado de alguna forma la escena musical de esa región. Me gusta buscar tiendas de discos, ver la cara de sorpresa de quien atiende el negocio cuando le pregunto por nombres específicos. Además de perderme en las calles, disfruto perderme entre discos, pasar horas mirando uno tras otro con la esperanza de encontrar alguna joya desconocida para mi.

Han sido diversas personas quienes me han cuestionado que siga comprando discos físicos y el por qué decido gastar mi dinero en eso. La respuesta me llegó un día mientras manejaba y escuchaba un disco que acababa de comprar con los Nocturnos y Preludios de Chopin: muchas personas nos pasamos parte de nuestra vida tratando de entender nuestro mundo, buscando La Verdad de nuestro mundo y, aunque sepamos que es una tarea interminable, ahí vamos buscando las piezas del rompecabezas que somos. Para mí la música es eso: una pieza del rompecabezas, en ella encuentro pequeños fragmentos de Verdad que me dan la sensación de que algo voy entendiendo de nuestro mundo confuso, de que en su forma me lanza una cuerda para no ahogarme en el sin sentido. Puede resultar exagerado para algunos pero en mí caso la música le da sentido a muchas cosas.

En el 2015, durante un viaje que hice a Europa, visité Estambul. Desde antes de partir ya sabía algunos nombres de músicos que buscaría, algunos discos relacionados, por ejemplo, con la época del Anatolian Rock, pero la expectativa estaba puesta en aquella música que pudiera aparecer de improvisto en mi camino, como una suerte de señal del destino. Así fui visitando algunos lugares donde vendían discos con mi grito de guerra: Estoy buscando música turca que no sea para turistas, ¿qué me puede recomendar? Aparecieron algunas respuestas pero la joya estaba en el lugar menos esperado.

Caminando por la zona de Taksim, una parte donde se mezcla la tradición cultural con la actualidad, entré a una tienda de ropa como mero trámite para ver qué había. El negocio era de autoproducción, es decir, la ropa que ahí había ellos la diseñaban, confeccionaban y comercializaban, eso la hacía interesante pero, lo que llamó más mi atención fue la música que sonaba en las bocinas del pequeño negocio. Entre el pobre inglés mío y el otro igual del chico que atendía pregunté cuál era la música que escuchábamos; el joven sonrió descansado por entenderme y, de la parte trasera del mostrador de madera, sacó un disco de ilustraciones hermosas con motivos de la cultura otomana; la caja era de cartón y a simple vista se notaba que era un trabajo artesanal, algo muy cuidado y hecho con mucho arte.

Se trataba de Yolda, la banda del dueño de ese negocio, una banda que fusiona parte de la música tradicional turca con pop, reggae y folk de matices acústicos. Un sonido realmente muy agradable al oído.

Pregunté al joven dónde podía conseguir ese disco y me respondió que no lo vendían en ninguna tienda. Volví a preguntar cómo lo conseguía pues soy un poco obsesivo con eso- cuando algo de música me gusta quiero hacer todo lo posible por tenerlo en formato físico- y su respuesta fue regalarme la copia que tenía sobre el mostrador.

Salí de la tienda feliz y aunque realmente no conocía mas que una parte de una canción, sentía que había encontrado algo preciado que llegaba a mi de una manera inusitada. Para celebrar entré a un bar a beber una cerveza y, sentado en la barra del pequeño lugar, nuevamente llamó mi atención la música que ahí sonaba. Pregunté una chica turca muy atractiva de quién se trataba y respondió que era un músico local, de esa misma zona de Taksim, cuando sacó el disco para mostrármelo pude ver que se trataba del mismo que acababan de regalarme. Me dijo que me lo llevara pero, en un acto del que me arrepentiría ya de regreso en México, le dije que no era necesario, que ya lo tenía.

Al regresar a casa, en México, es cuando me doy el tiempo para escuchar con calma y atención todo lo que compré, así lo hago en cada viaje. De todos los discos que compré esa ocasión en diferentes países, el de Yolda fue el que más me gustó y fue un disco que encontré en la calle, en una tienda de ropa y que nunca encontraría en algún negocio de música.

No sé si lo encontré o realmente él me encontró. Es decir, muchas veces la música se encuentra en donde menos pensamos, y ahí está esperando a ser descubierta y escuchada. Todo mi viaje a Estambul, a diversas partes del mundo, mi gusto por pasar horas viendo discos, la felicidad que me provoca hacerme de ellos y escucharlos, oírlo ahora mientras escribo sobre la relevancia de la música, todo ello y todo a mi alrededor toma sentido cuando entiendo que el que busca encuentra o es encontrado y es en la búsqueda donde las distancias se acortan y los pequeños fragmentos de verdad se asoman.