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Árido Reino


La furia del beso del que se despide para siempre

No estamos ni ante el primer trabajo ganador ni publicado de Pérez Torres, pero sí estamos ante un eslabón de una obra que se construye y se transforma atrevidamente.

OPINIÓN

No estamos ni ante el primer trabajo ganador ni publicado de Pérez Torres, pero sí estamos ante un eslabón de una obra que se construye y se transforma atrevidamente.

Por Armando Alanís Pulido

Afortunadamente, ya se despliega una nueva camada de poetas en el estado, que se vienen visualizando con dos elementos base: publicaciones y premios. Digo esto porque hay generaciones que tienen generaciones haciendo lecturas públicas sin público y no han podido ni querido pasar de ahí. Sergio destaca, despunta, conformando un capital de prestigio avalado por la calidad de sus textos. Aunque a algunos pueda parecerles menor cosa obtener un premio, yo estoy convencido que un escritor ganador hace ganar a los lectores, esos que buscamos como premio el poema exquisito. Las publicaciones increíblemente también a muchos les resultan no indispensables; para mí marcan puntos clave en este oficio: insistencia, perdurabilidad continuidad son puntos clave de quien se visualiza como escritor. No estamos ni ante el primer trabajo ganador ni publicado de Pérez Torres, pero sí estamos ante un eslabón de una obra que se construye y se transforma atrevidamente; porque así debe de ser la construcción de un poeta: clarificando el concepto y poetizando la idea. Eso si fuera jurado me queda claro, pero eso como lector, insisto me hace un lector ganador.

Cortejo fúnebre es un afortunado drama intimista, reforzado con cinco avatares a manera de capítulos, representados por personajes que uno escogería en esas encuestas de las revistas que preguntan: «¿Qué personaje ficticio o real le hubiera gustado ser?» y complementados o tratados todos, desde la dualidad más poética, la más esencial: oscuridad-luz.

Así en el Zarévich Aleskéi  la brillantez de un paisaje nevado y la sombra de algo, un lobo por ejemplo, en Nicolás Tesla, obvio, la luz misma y la incertidumbre de algo, el miedo por ejemplo, en Leopold Bloom -siendo muy Joyce-  24 horas (que es el tiempo que transcurre en Ulises) donde hay día y noche o toda la luz que puede haber dentro de uno mismo y toda la oscuridad que hay dentro de uno mismo, en Neil Amstrong, la luna y sus fases, la marea y una tormenta de arena, un hoyo negro y una constelación y por último en Jonás un lugar donde siempre es de noche y salir a la superficie o la orilla de la playa y el fondo del mar.

Para verte mejor

Cuando la noche es  demasiada y el miedo tirita como las estrellas, se emprende un viaje “sin rumbo” a través de la memoria. Transitar sin caer en la boca del lobo es una hazaña, sin duda; someterse a los temblores del amor, reconcentrar con la voz, la tinta, aullar a veces (como decía Alfonso Reyes), reiterar y hacerse acompañar por fantasmas es invocar un milagro a través del lenguaje poético, escribir poesía es levantar un refugio, escribir poesía es encontrar nuestro rastro, escribir poesía es contemplar en silencio a nuestro corazón hecho silencio. Sergio Pérez Torres encuentra su rastro, levanta un refugio y contempla a su corazón en silencio.

Trago de luz

Adoptar una forma, ser el recipiente y aunque la luz calcine toda la inocencia vale la pena arder. En este cortejo fúnebre se celebra y multiplica la vida, la luminosidad, asombrada la luz cuando mata a la sombra, la muerte chiquita tan necesaria y que nos engrandece. Todo eso que es una descarga, como un flash o una alucinación o un beso dado antes de tiempo, sabiendo que todos los besos se dan a tiempo, prepararse para el estruendo y luego el estruendo, y entender que no estabas preparado y que así se aprende a vivir y a morir o a escribir poesía que es lo mismo.

La sopa espesa

En el estanque hondo que es la paciencia el autor descarga sus elegías, rompe su reflejo, navega en su propia sangre, dialoga con un reloj acerca del tiempo, escapa del frío y nos persigue, y nos abre los ojos y las venas, y nos lleva adentro y lo llevamos dentro, porque abre las puertas de su casa que es la poesía, y entramos convertidos en esplendorosos lectores, desplumados de la soledad pero con las alas intactas. Qué hermoso es no tener defensa para el tamaño de una voz. Sergio Pérez Torres nos fermenta el corazón y el resultado es un elixir del tamaño de su voz. El elixir se llama nochevueltaluz.

Un paso, un salto

Ya que somos estrellas fugaces, ya elevados en el espacio donde perdemos peso y vislumbramos que podemos recomponer al mundo, ya trazadas otras constelaciones con la poesía luminosa de Sergio Pérez Torres, damos un pequeño paso que es un gran salto y encontramos nuestro pulso y los hilos invisibles de nuestro destino que es un planeta inexplorado, acumulamos sueños como estrellas haya, y observamos a la tercera roca después del sol de la que sobresale una lagrima enorme llamada océano.

Caja torácica

La poesía es un anzuelo, es el silencio de un pez , de un enorme pez y sus latidos. Estamos metidos en una enorme caja torácica, habitamos otro cuerpo porque nuestra sed es monstruosa y solo la saciaremos con cortejos llenos de poesía.


Cortejo Fúnebre
Sergio Pérez Torres
Literal, Instituto Sonorense de Cultura
2017
Una versión previa de este texto se publicó en el diario El Norte el 15 de marzo de 2018.