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La solitaria muerte de un paradigma patriarcal

César Valdéz – Hay ocasiones en los que un testimonio o un gesto de valentía, un poema, pueden ser resortes de saltos culturales que ni mil impecables legislaciones podrían provocar

Hay ocasiones en los que un testimonio o un gesto de valentía, un poema, pueden ser resortes de saltos culturales que ni mil impecables legislaciones podrían provocar

Por: César Valdez

El parloteo que se desató recientemente en contra de que las mujeres se atrevan a denunciar en redes sociales, y no necesariamente ante la «autoridad» los casos de acoso y abuso sexual, me hizo recordar la historia de la canción «The Lonesome Death Of Hattie Carroll», con la cual Bob Dylan exhibió públicamente al acaudalado hombre blanco que en 1964 asesinó -“con un bastón que giraba alrededor de su dedo con su anillo de diamantes”- a una mujer negra, mesera, de 51 años de edad y madre de diez hijos, once quizá.

William Zanzinger se llamaba este asesino (feminicida diríamos hoy), quien fue condenado por un jurado compuesto por hombres blancos a sólo seis meses de prisión domiciliaria y al pago de una ridícula multa.

El criminal pues, no pagó su culpa ante «la justicia», pero el sonsonete dylaniano lo persiguió de noche y de día por el resto de su vida, al grado de verse obligado a cambiarse el nombre, según versiones. Ya cercano a la muerte declaró en entrevista que Dylan “es indudablemente un hijo de puta. Debí de haberlo demandado y metido en la cárcel».

Más de cuarenta años después del crimen, las mujeres abusadas y acosadas de México y el mundo, al igual que “la pobre Hattie Carroll”, tienen casi nulas posibilidades de que los sistemas penales les hagan justicia, por lo que a falta de un Bob Dylan que cante sus desgracias y taladre la sesera de los abusadores y feminicidas, recurren a lo que hay: las redes sociales y demás herramientas que da el internet. No es lo óptimo ni mucho menos un sustituto del inexistente estado de derecho, pero, como muestra el caso de la mentada canción, hay ocasiones en los que un testimonio o un gesto de valentía, una poema, pueden ser resortes de saltos culturales que ni mil impecables legislaciones podrían provocar.

El canto sobre el feminicidio de una mesera marginal se volvió himno de la lucha por los llamados derechos civiles en los Estados Unidos de los 1960. Esperemos que el actual estallido de denuncias sobre acoso sexual, anónimas o no, poéticas, jurídicas o mediáticas, quede como una señal inequívoca de que las cosas por fin empiezan a cambiar en cuanto a la violencia de género, un aviso de que el patriarcado ha sufrido una significativa derrota al quedar seriamente socavada la legitimidad de la noción -el paradigma- del cuerpo de las mujeres como “territorio de conquista”. Las redes sociales estarán ahí para recordárnoslo y para que los hombres aprendamos a atenernos a las consecuencias, ahora que hay consecuencias.

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