COLUMNAS   

Árido Reino


Cierta luz delgada donde los espasmos al dormir afilan despertares, o la vertiente donde los amantes se encuentran

Anna Kullick Lackner descalifica a la rutina con una serie de metáforas amplias, de esas que persiguen su propia anchura, y nos presenta en su tercer libro, Las palabras no nacidas (1999), un conjunto de palabras en las que a partir de ellas algo nace.

OPINIÓN

Algo pasa cuando vienes

Hay vuelo y hay canto, hay cachos de noche y entusiasmo. Hay blues para los corazones acalorados, hay un disfraz que es el abandono, hay lo real y lo palpable de las preguntas (muy al estilo del poeta francés Edmond Jabés). Hay instantes gozosos y espontáneos, hay velocidad por una estética bien lograda, hay acumulación en el esqueleto. Hay miedo, y es por eso que malabareo estas palabras para decir, no sé si lo correcto, no sé si lo bien merecido a estos versos correctos para los lectores a los que siempre hay que darles su merecido. Anna Kullick Lackner descalifica a la rutina con una serie de metáforas amplias, de esas que persiguen su propia anchura, y nos presenta en su tercer libro, Las palabras no nacidas, un conjunto de palabras en las que a partir de ellas algo nace:

Y a no te conozco más
aun así sé del lugar donde te ahogas:
primero un nicho iluminado por vírgenes
un credo que nos canta
Yo vengo de ese sitio
esa residencia hueca donde uno sostiene
las paredes
casa triste donde la risa infantil es desolada
cuando el sol despinta sueños que no son nuestros
luego el cenegal de súbito
respira en el huevo que nos gesta
nos chupa llamándonos eternos
inmersos en su bóveda creemos vernos en el fondo
sálvame –repites en la negra sordera-
sálvame
lo único que nos aguarda es el desierto.

(Destino, pág. 19)

Duele respirar razones

La pócima –llamémosla poesía- está formada por esas hierbas que a uno le atraviesan el alma. Los dibujos rotos del ansia pueden ser los efectos, puede haber heridos, incluso contra su propia creencia la autora acumula y asume las campanadas, frutos supersticiosos con los que se juega, con los que se sopla a la vida. Las palabras no nacidas nos da cuenta de una poeta que traza un hechizo dulce que no por mágico oscuro, pero eso si instalada en el entendido de que los que descifran sus circunstancias.

Fui caja de música
cueva de solitaria bailarina sobre el espejo en giros
la vida era un constante origen
el pasado fruto de agua
canto de ballena
y tú a dos manos escribías esta voz como hoy que llueves
como ahora

(Sangre la voz, fragmento pág.49)

La verdad interior

Anna Kullick  asume el júbilo con enternecida pirotecnia, y lo contagia. A fin de cuentas, cuando se ha clarificado la luz de la conciencia, resultado de algún brebaje, o de leer un libro, o de vivir, o de sentir, es ahí donde se encuentra el verdadero asunto de la poesía. Y luego (ya que) si nos relincha la sonrisa o derramamos lagrimas, o si de ahora en adelante uno se desprende de estáticas tormentas. O si duelen los amaneceres, o nos arrulla mirar estrellas, o adquirimos el don de la adivinación, podemos tener excusas justificadas para acusar -como los minutos a un relojero- al único culpable del vuelo emprendido que es el suspiro bien entonado, que por azaroso nos hace amoldarnos a la imaginería, y sentir que no hay nada tan real como saber que donde acaba el principio las palabras nacen.


Anna Kullick Lackner
Las palabras no nacidas
Verdehalago/CONARTE
1999