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Avelina Lésper y la falta de respeto al arte contemporáneo

Aunque Avelina Lésper no haya roto la pieza de Gabriel Rico en Zona Maco, la actitud de esta crítica de arte en torno al caso no sólo demuestra su el daño que ella ha causado a la percepción del arte contemporáneo en México.

Mucho ha circulado ya el incidente de Lésper el sábado 8 de febrero en la expo de arte contemporáneo capitalina. La crítica recorría el pabellón de la Galería OMR cuando vio la pieza “Nimble and sinister tricks (to be preserved without scandal and corruption) I”, de Gabriel Rico. La obra, valuada en 20 mil dólares, consistía en dos tubos metálicos que sostenían un panel de vidrio orientado verticalmente y con varios objetos incrustados: una piedra, un cuchillo, un palo de madera, una pelota de tenis y un balón de fútbol.

De acuerdo con el recuento de la propia Lésper, compartido en redes sociales por Milenio, donde ella trabaja, la crítica, se acercó a la obra con una lata de refresco en mano, colocándola en el piso para hacer un comentario crítico, “para demostrar que el objeto seguía ahí idéntico, que podían ser dos pelotas como dos latas”. Luego, declaró en su video, levantó la lata e hizo un ademán de colocarla sobre la piedra cuando la obra se hizo pedazos. Ella aclaró que no tocó el objeto, pero no tardó en hacerse viral el caso, con fotografías de la pieza destruida y de ella en el espacio de la galería, así como acusaciones de que ella rompió la obra e incluso intentó huir.

En su versión, ella aseguró que la destrucción no fue intencional, pero aún tomándole la palabra, queda claro que Lésper no respeta en absoluto al arte contemporáneo, y ésta es una actitud totalmente opuesta a la que debería tener un crítico hacia el medio en el que asume expertise. Para empezar, en su interacción con la pieza de Rico, la crítica rompió una de las reglas más básicas de todo museo o galería: no tocar ni acercarse demasiado a nada, excepto bajo indicación expresa de que se pueda hacer lo contrario.

«Incluso en una disculpa pública, Lésper siente la necesidad de tener la última palabra. Ella no rompió la obra, pero evidentemente no le entristece en lo más mínimo que se haya roto».

Además, el acto de colocar una lata junto a la pieza no es un “comentario crítico”, es pintarle el dedo a la obra y al artista. De acuerdo con el texto que acompañaba la obra de Rico, el artista no fue específico en cuanto a qué objetos la integraban–sólo señaló que estaba hecha de “vidrio, latón, y diversos objetos”–así que no es imposible que otra versión de “Nimble and sinister tricks…” quizá pueda tener otras cosas incrustadas, incluyendo, por qué no, una o dos latas de refresco. Pero al no haber indicación contraria, esa decisión le corresponde únicamente al artista, como al público (que incluye a los críticos) le corresponde respetar lo que tiene enfrente.

Poner la lata junto a la pieza es, entonces, lo opuesto al respeto al arte. En el mismo video, al recordar el momento de la destrucción de la pieza, dijo que “como si la obra hubiese escuchado mi comentario y hubiese sentido lo que pensaba de ella, la obra se hizo añicos y se desplomó y se cayó en el piso”. Es decir que incluso en una disculpa pública, Lésper siente la necesidad de tener la última palabra. Ella no rompió la obra, pero evidentemente no le entristece en lo más mínimo que se haya roto.

Es bien conocida la postura de Avelina Lésper respecto al arte contemporáneo, particularmente al arte conceptual. Comúnmente ataca a este tipo de arte por la ausencia de grandes habilidades manuales y por su alto valor en el mercado, a pesar de estar hecho en muchos casos con objetos cotidianos y baratos.

“Nimble and sinister tricks (to be preserved without scandal and corruption) I”, Gabriel Rico / Foto: Galería OMR

En su libro El fraude del arte contemporáneo, ella asegura que alrededor de este tipo de arte existen dogmas de infalibilidad y bondad del significado, es decir, que no está permitido cuestionar las intenciones de los artistas y curadores. En su texto Lésper dice que “si el público ante la obra o la acción afirma que la pieza no comunica o demuestra ese significado, entonces el que está equivocado es el público, porque el artista, el curador y el crítico tienen una cultura, sensibilidad especial, metafísica y demiúrgica que les permiten ver lo que no es evidente ni verificable”.

Resulta más bien que la que está equivocada es Lésper. No es cierto que el buen arte es necesariamente una imposición del artista, del curador, de la galería o del museo. De hecho es bastante posible ir a una galería de arte y estar en desacuerdo con las ideas o intenciones de una obra. El pensamiento crítico hacia el arte es algo recomendable y no concordar con una obra o cuestionar sus efectos es algo que todo público, sin importar su experiencia o nivel de acercamiento al arte, tiene permiso de hacer. Claro, comprender el contexto de una pieza y escuchar explicaciones de los artistas o de curadores puede formar y ampliar la comprensión hacia la pieza, pero eso no significa que está uno obligado a callar cualquier escepticismo.

«Lésper busca el aplauso fácil. Sabe que sus lectores cautivos concuerdan con sus posturas y, en vez de desafiarlos, de invitarlos a interactuar con el arte de manera genuina y llegar a sus propias conclusiones, los incita a menospreciar una pieza sólo porque no entra en determinadas categorías estéticas».

La diferencia, sin embargo, está en que Lésper no toma este arte en serio. Ella como crítica está en todo su derecho de expresar su disgusto hacia una obra, de decir que no logra lo que intenta hacer y que está mal ejecutada–incluso pudo haber dicho esto sobre la pieza de Rico. Pero ella rechaza este tipo de arte en principio, diciendo que no es arte y que por lo tanto no merece una lectura seria. Y al hacer esto una y otra vez con cada obra conceptual que ella observa, con una plataforma en un reconocido medio nacional, termina fomentando este tipo de rechazo en quienes la leen. Esto puede verse en comentarios en redes sociales y videos de YouTube, donde sus seguidores le aplauden su valentía por atreverse a decir que el emperador está desnudo, de expresar lo obvio y de desenmascarar todos los problemas del arte contemporáneo.

La escena artística indudablemente tiene problemas de favoritismo, de intereses de personas poderosas y de mala distribución de recursos y oportunidades para creadores, y estos problemas deben criticarse. Pero eso no debe hacerse desde la premisa del rechazo. Al caricaturizar el arte conceptual, Lésper busca el aplauso fácil. Sabe que sus lectores cautivos concuerdan con sus posturas y, en vez de desafiarlos, de invitarlos a interactuar con el arte de manera genuina y llegar a sus propias conclusiones, los incita a menospreciar una pieza sólo porque no entra en determinadas categorías estéticas.

«Untitled (Perfect Lovers)», Félix González Torres (1988)

La curadora de arte estadounidense Sarah Urist Green, anfitriona y guionista del canal de YouTube The Art Assignment, producido por PBS, realizó en 2015 un video que respondía a la reacción que muchos tienen al arte conceptual: el pensamiento de que “yo pude haber hecho eso”. Ella explica que el valor de muchas obras de arte no está en el uso magistral de técnicas de pintura, dibujo, escultura o grabado, sino en la ejecución poderosa de una buena idea. La experta da como ejemplo la obra “Sin Título (Amantes perfectos)” de Félix González Torres, que consta de dos relojes de pared sincronizados, uno junto a otro. Cualquiera puede tomar dos relojes, colgarlos en un muro y recrear la obra, pero el poder de esta pieza no yace en la imposibilidad de su reproducción, sino en su contexto. González Torres, quien era gay, hizo esta pieza en 1988 luego de que a su pareja le diagnosticaran VIH en medio de la crisis de esta enfermedad que afectó particularmente a la comunidad LGBTQ. Los dos relojes pueden irse desincronizando, e incluso uno puede quedarse sin batería mientras el otro continúa, pero en palabras de Urist Green, el término “Amantes perfectos” sugiere el poder de un amor ante cualquier obstáculo, incluyendo la discriminación, la enfermedad y la muerte.

Es imposible predecir exactamente qué diría Avelina Lésper sobre esta obra, pero no es difícil asumir que probablemente minimizaría su impacto y la describiría de manera reduccionista, como dos simples relojes condenados a no ser arte porque no entran en sus categorías de buen gusto estético. Pero el problema está en la insistencia de Lésper de regresar a la cuestión de si algo es o no es arte. El debate de si una obra de arte es buena o no, si cumple, si está bien lograda, si tiene poder, está más que bienvenido. Pero no aporta nada aferrarse a la idea de que algo “no es arte” sin siquiera tomarse en serio una obra y realmente acercarse a ella (pero no literalmente, por favor, que eso puede tener consecuencias).