hector alvarado supercolonia
COLUMNAS   

Árido Reino


Eso que llamamos veneno quizá pueda llamarse futuro, o no hay estructura que pueda soportarnos

Héctor Alvarado, en Supercolonia, dispone con una vitalidad ordenada matemáticamente los sucesos a partir de que el universo es una maquina particularmente no moral, y se venga de sí mismo de las maneras más insospechadas posibles.

OPINIÓN

El azar cabe en un átomo de certeza

Cuando espiamos al vecino, o viceversa, comienzan a estructurarse las hipótesis. Los míos, por ejemplo, quieren que el PRI regrese al poder y tienen nexos con los rusos. Estoy seguro que detrás de esos “buenos días “cantaditos mientras barren sus banquetas hay claves y códigos súper secretos para la formación del ejército que derrocará la 4T y logrará reformar todas las reformas que ya fueron reformadas. Por supuesto que me preocupan mis vecinos que me abordan cada vez que salgo a sacar la basura y me atosigan con preguntas: “Vecino, usted lee mucho, ¿verdad? ¿Es maestro? ¿Verdad que a veces sale en la tele? ¿Usted es de los que canta cuando trapea verdad? Es que a veces lo oímos. ¿Ese veneno que le echó a las hormigas la otra vez, lo compró en Química del Golfo verdad?” Y esta última, que ya es el colmo (o sea, yo los espío pero no les ando preguntando nada): “Vecino, ¿usted voto por AMLO?” A todo les contesto secamente que sí y huyen despavoridos hacia el interior de sus casas, elucubrando hipótesis sobre mi existencia y mis actividades. Así pasa con Mauricio /Maurilio, el protagonista de Supercolonia. Mis sospechas se aclaran: Nada más real que las sospechas.

Persistencia de cataclismos

Héctor Alvarado reconcentra la historia antes de la eclosión, una historia con matices regios que nos va introduciendo en un laberinto donde aparecen una esposa que desaparece (¿porque la secuestran los vecinos?), hormigas, una bruja herbolaria (aunque sólo aparece en un par de escenas, me parece un personaje interesante), unos niños hackers, una familia con características muy regiomontanas que el protagonista se encarga de resaltar hasta convertirlas en vicios, más hormigas, una generación amargada o unos viejos vengativos. Es decir, las sospechas en un plano visible llevan al protagonista a ir creando una  historia que no es necesariamente la que estamos leyendo. Especular y combinar códigos, sonreír en un horizonte imaginario, diluirnos en el torrente, ataques informáticos al sistema financiero mexicano. El regreso ya no es una opción, hay un caminito que seguimos como hormigas

Lapsos de lucidez, lapsos de alucinación

El protagonista duda de sí mismo al descubrir el delito de sus vecinos y sus intenciones, pero vaga a voluntad. Está perdido, no sabe si sube o baja, ni hacia donde se mueve guiado por una niña que va creciendo y después envejeciendo. Esto le genera varias hipótesis; cinco para ser exactos. Ya que en las ecuaciones complejas se requieren supuestos, piensa en los planos que constituyen el laberinto, también reflexiona sobre la memoria como herencia,  alucina sobre la luz y lo que no está creado y lo visualiza como el negativo de un sueño. También piensa que es un camino que hay que recorrer para despertar al líder, y por último estima que hay que comunicarse sin tiempo o a pesar del tiempo. En pocas palabras, el protagonista se confunde, se le llenan los ojos de hormigas (es un decir para estar en contexto), pero a Héctor Alvarado  no, y guía hábilmente al lector de manera emotiva lógica y apasionada hacia varios finales, y lo sorprende en el último capítulo porque en toda buena novela de ciencia ficción -como bien dice Luis Felipe Lomelí en la cuarta de forros- se construye un mundo paralelo para precisamente criticar al presente.

Abonar una mirada nueva a la discusión

Seguro que los que escriben piensan poco en sus lectores. Eso debemos dejárselo a los editores y a los correctores de estilo. No me refiero a las complacencias; un autor sabe por dónde te lleva, pero no estoy muy seguro de pensar que quien escribe piensa que los lectores tienen (tenemos) una mente pervertida y son (somos) onanistas emocionales complaciéndose salvajemente ante el vacío de la imaginación. Me halagan particularmente las buenas historias que tienen como protagonista a la ciudad de Monterrey y esta es una. Alvarado la planeó en 30 capítulos que son un hormiguero visto de cerca y que lleva a hacernos preguntas como la siguiente: ¿Miramos las cosas desde el ángulo correcto?

Al final somos viajeros minúsculos de una historia que son muchas. Algunas pasaron, otras no, el futuro es un laberinto y para llegar al final se tienen que derrumbar cosas internas, externas, reales o irreales. Héctor Alvarado dispone con una vitalidad ordenada matemáticamente los sucesos a partir de que el universo es una maquina particularmente no moral, y se venga de sí mismo de las maneras más insospechadas posibles: generacionalmente, arquitectónicamente o simplemente porque así lo disponen las hormigas.

Héctor Alvarado
Supercolonia
Textofilia/UANL
2019