Hace un par de semanas pensaba que tener un día pesado, sin ánimos, sin saber qué hacer era normal por el encierro que estamos experimentando. Deduje que se trataba de una catarsis en la cual era necesario dejar salir toda la incertidumbre que nos invade para seguir adelante con más días de confinamiento. Pasaron esos días y luego entendí que no se trataba de una situación individual, sino que más bien parecía ser una catarsis de la humanidad; como si el planeta se hubiera cansado de nuestra forma de vivir, de nuestra cultura actual, vaya, y decidiera sacudirse de nosotros y sacudirnos a nosotros. Este movimiento brusco está haciendo que, al menos por el momento, cambiemos muchas de nuestras conductas y formas de hacer las cosas.
Consciente de que hemos tenido que cambiar patrones, pregunté en una de mis redes sociales si querían que las cosas regresaran a como estaban antes de la pandemia. La mayoría respondió que no, que no querían que todo volviera a estar igual que antes. Desde luego que se trata de una representación pequeña, pero no por eso se invalidan las respuestas. Y desde luego hay que considerar los diferentes privilegios que pueden acompañar cada una de las respuestas. Sin embargo, estamos viviendo un momento histórico en el cual tenemos la oportunidad de cambiar nuestras formas de vivir en sociedad. No se trata de «el cambio en uno», sino de un cambio, obligado eso sí, en toda la humanidad. No sabemos cuándo tendremos nuevamente la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente. Estamos re valorando todo lo que nos rodea, desde lazos personales hasta formas de producción y de consumo. Nos estamos adaptando a nuestra realidad y con ello algo está cambiando afuera y dentro de nuestra casa.
Aunque de un tiempo para acá hemos sentido que vamos a mil por hora en esta carretera llamada vida, también es probable que hayamos estado dando vueltas en círculos sin darnos cuenta y hemos gastado el camino.
Generalmente lo hago, pero desde que estamos en el confinamiento pongo más atención en cuál será el disco o la música con la que comenzaré el día. Esta mañana he decidido escuchar el Born To Run de Bruce Sprinsteen, un disco de 1975 y el tercero del artista. Dice Springsteen que comenzó a componer sentado al borde de su cama e inspirado por canciones de Roy Orbison, Phil Spector, Elvis y Duane Eddy. Su idea era hacer «un disco que sonase como si fuera el último disco en la Tierra, como el último que ibas a escuchar en tu vida…el último que realmente necesitabas escuchar». Un tanto apocalíptica y ambiciosa la idea de Bruce, pero le funcionó. Aquí es cuando me pregunto qué mecanismos trabajaron en mi cabeza para que eligiera escuchar este disco.
Platica El Jefe que cuando escribió esta canción utilizó imágenes clásicas del rock & roll, como la carretera, el coche y la chica, pero que faltaba algo que refrescara esas imágenes y tuvieran trascendencia. Se dio cuenta entonces que tenía que situar a sus personajes en una «nueva realidad», la que estaba viviendo. En esta nueva realidad que vivía Bruce podía sentirse que el miedo estaba en el aire, tomando en cuenta que venían de tiempos de Malcolm X, Luther King, el asesinato de Kennedy, entre otros asuntos. Ahora sentían que probablemente las cosas no fueran a funcionar como esperaban; que aquel sueño en el que se reflejaban había sido ensuciado de alguna forma y el futuro ya jamás estaría asegurado. Cuánta cercanía con sensaciones que hemos venido experimentando en estos últimos meses: el miedo y la incertidumbre de no saber cuál es el futuro.
«Algún día, no sé cuándo, vamos a llegar a ese lugar al que realmente queremos ir y caminaremos bajo el sol. Los vagabundos como nosotros, nena, nacimos para correr», dice la letra de la canción. Aunque de un tiempo para acá hemos sentido que vamos a mil por hora en esta carretera llamada vida, también es probable que hayamos estado dando vueltas en círculos sin darnos cuenta y hemos gastado el camino. Y si como dice Springsteen, «nacimos para correr», ahora tenemos una oportunidad de seguir corriendo a otro lugar, a otra sociedad, a otro mundo. A otro camino diferente que no hayamos llenado de piedras o gastado con nuestros pesados pasos.