COLUMNAS   

Árido Reino


Estrofas que ascienden como las llamaradas o esas palabras donde se acomoda nuestra existencia

En Elocuencia nuevoleonesa, publicado originalmente en 1956, Genaro Salinas Quiroga hace uso de la palabra en el mejor de los sentidos: recoge una serie de discursos e intervenciones orales de los hombres más distinguidos de la historia de la entidad.

OPINIÓN

Juicios orales

Lejanos los tiempos de los políticos (buenos o malos o malísimos) que además de gobernarnos nos impresionaban (o aburrían) con sus discursos. En sus dominios estaba la oratoria, muy escolar el asunto, muy académico, muy institucional, muy priísta. Eso se alcanzó a observar hasta que llegó Enrique Peña Nieto, un político que batallaba para acomodar sus ideas, no sabía improvisar, se fusiló su tesis de licenciatura y no leía. Aquellos tiempos de los discursos oficiales -que no por nacionalistas, hermosos; que no por populares, apreciables y motivadores para todas las clases sociales- habían llegado a su fin. El presidente no podía explicarnos cómo era el país, no podía describir acontecimientos o proyectos sin trompicarse con las palabras. Todo era inexplicable, como la riqueza inexplicable de su círculo de colaboradores. Nunca entendimos porque nadie asesoró a sus asesores. Yo le llamo falta de pasión (y de inteligencia), pero afortunadamente el asunto no se remite a lo político, aunque siempre se agradece un discurso, un informe claro, esperanzador y honesto de nuestros gobernantes. Obligados están a informarnos y transparentar todo.

La celebración de la palabra

Hay un puñado de prohombres universitarios que han contribuido a convertir a la Universidad Autónoma de Nuevo León en una institución pública ejemplar. Genaro Salinas Quiroga es uno de ellos, y con este libro publicado originalmente en 1956 hace uso de la palabra en el mejor de los sentidos: recoge una serie de discursos e intervenciones orales de los hombres más distinguidos de la historia de la entidad. Es un libro con sobrados argumentos, un libro motivacional, que por supuesto no estaría en el estante de los libros motivacionales, sino el de  (inventemos un nuevo estante) los libros esenciales, los obligatorios, los de cabecera.

Elocuencia

Queriendo estar a la altura de este libro intento ser elocuente con palabras vivas y ágiles, que pongan su poder al servicio de la justicia, la verdad y sobre todo la belleza, y estar en la línea del bien y de la utilidad general. A eso aspiro como palabrero, pero el libro -su mismo autor lo anuncia en el prólogo- está al servicio de los jóvenes de nuestro estado para que conozcan y tengan acceso al poder de la palabra; esa que nuestros tribunos han dejado como obras magistrales. Y que en su legado infunden el respeto que en estos tiempos parece habérsele perdido, no quiero decir a todo, pero si digo al lenguaje estoy diciendo a todo.

Soy elocuente: una virtud es el origen de muchas otras. Quien acerca sus conocimientos, quien los pone al servicio de los demás con esmero, inspira buenas acciones. Que no nos agobie el respeto al pasado. Reconozcamos a los héroes por sus acciones sí, pero entendamos que para lograrlas se trazó un plan, se escribió un guión que se siguió puntual. Hay que entender que hoy por hoy los hombres, las mujeres están tramados en la sustancia de los libros. Este es uno y será tan valioso como nuestra sensibilidad porque está hecho con la cabal conciencia humana.

Honorables

Desde Fray Servando, pasando por el General Mariano Escobedo, y León Guzmán, figuran el poeta Ricardo Arenales, el arquitecto Agustín Basave, Héctor González, el profesor Oziel Hinojosa , Alfonso Reyes, Ricardo Margarín, Fortunato Lozano, Santiago Roel, Lázaro N. Villarreal José Eleuterio González, Manuel María de Llano, Adrián Yáñez Martínez, Leopoldo González Sáenz, José Francisco Arroyo, David Alberto Cosío, Nemesio García Naranjo, Joel Rocha, el doctor Luis G. Sepúlveda, Antonio de la Paz Guerra, Raúl Rangel Frías, Enrique C. Livas, Eusebio de la Cueva, Simón de la Garza Melo, Lázaro Garza Ayala, Miguel F. Martínez, Virgilio Garza, Alfonso Junco, Ignacio Morones Prieto, Ángel Martínez Villarreal, Emeterio de la Garza, Enrique Gorostieta, Rafael Garza Cantú, hasta sumar treinta y siete. El autor hace una breve y sustanciosa presentación de cada personaje antes del discurso seleccionado.

Los regiomontanos

Destaco un fragmento de uno de los discursos incluidos en este volumen. Se trata del texto «Los regiomontanos», de Alfonso Reyes, escrito en 1942 a propósito de la representación de Nuevo León en la feria del libro de ese año. Un texto emotivo y lleno de ánimo y fuerza que destaca el carácter de los regios. Un texto, insisto, necesario, muy necesario en estos tiempos en que hay que reconocernos en lo que somos y fortalecernos a partir de eso:

El regiomontano cuando no es hombre de saber, es hombre de sabiduría, sin asomo de burla podría afirmarse que es un héroe en mangas de camisa, un paladín en blusa de obrero, un filósofo sin saberlo, un gran mexicano sin posturas estudiadas para el monumento, y hasta creo un hombre feliz. Por cuanto no hay más felicidad terrena que la de cerrar cada noche el cielo de los propósitos cotidianos, fielmente cumplidos, y el despertar cada mañana –tras el sueño del justo- con el ánimo bien templado para las determinaciones saludables. ¡Finura y resistencia como el acero famoso de nuestras fundiciones! ¡Levedad y frescura como la bebida efervescente de nuestras cervecerías famosas!


Elocuencia nuevoleonesa
Genaro Salinas Quiroga
UANL
1999