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Árido Reino


La lluvia era miel o una canción que nos lava los ojos.

En La lluvia era miel cuarto libro de poesía de Rosa María Elizondo uno se maravilla ante la multiplicidad de episodios, de apariciones, de cambios de ángulo acentuados sobre todo por la velocidad de los textos.

OPINIÓN

En La lluvia era miel, cuarto libro de poesía de Rosa María Elizondo, uno se maravilla ante la multiplicidad de episodios, de apariciones, de cambios de ángulo acentuados sobre todo por la velocidad de los textos.

Por: Armando Alanís Pulido 

la lluvia era miel rosa maria elizondo1 – Sobre la existencia y sus reacciones

Demasiado aliento, demasiadas palabras recargadas que no cumplen caprichos, cumplen deseos, cumplen designios mediante la profundización de lo urbano recontextualizado. Mediante lo coloquial Rosa María Elizondo se conecta y nos conecta con la ciudad que a veces nos habla de cosas y de la lluvia que aprovecha los accidentes para hacernos escuchar una canción (esa que tanto nos gusta, esa que nos lava los ojos). Y si en la ciudad hay todo tipo de habitantes que practican todo tipo de convivencias, Elizondo (arriesgada tal vez o hermosamente ingenua) inventa una más; inventa que la ciudad la inventa, porque este libro, déjenme decirles, es información precisa sobre la existencia y sus reacciones. Y hoy que nos encontramos tan expuestos a nosotros mismos, que voluminosos vociferamos prestigios que no le afligen la inteligencia a nadie, algunos (me incluyo y los incluyo) acudimos con toda la calma que requieren las emergencias, a la poesía, que, por supuesto, nos salva.

2 – La realidad que nos acredita

Yo leo (yo veo) cómo Rosa María se acomoda y raspa y raspa, y cómo modela, cómo se encamina y parece que corre pero en realidad sus pies se han despegado del piso, porque va bien agarrada de un papalote hecho de palabras que la pasea por los aires, lo que la dispone a ser acreditada por la realidad. Y en su celebración generosa nos invita a nadar en una alberca llena de limonada, a devorar la fragilidad ante la que somos frágiles, a desarmar armaduras, a ladrarle a los amigos dormidos, a practicar los conjuros de la fosforescencia, a abrazar a los árboles, a decirnos con la velocidad del teleprompter lo que necesitamos decirnos, lo que queremos decirnos. Incluso decirnos barbaridades ya casi impronunciables como un «gracias» o recetarnos para siempre un siempre no. Sin duda alguna la gran prueba de la existencia de algo son los intentos por exterminarlo. Y ¿a poco no? Cuántas veces abandonamos al abandono u olvidamos al olvido, cuántas vences díganme cuántas le cerramos la puerta a nuestros sueños o nos desilusionamos del amor; y sin embargo se nos aparece la insistencia disfrazada de lo que menos imaginamos y ¡tómala! Al ratito estamos practicando la magia de lo cotidiano y sazonando con suspiros el manjar que se nos ha dispuesto.

3 – Eso de vociferar

En La lluvia era miel, cuarto libro de poesía de Rosa María Elizondo, uno se maravilla ante la multiplicidad de episodios, de apariciones, de cambios de ángulo acentuados sobre todo por la velocidad de los textos. Uno se sorprende ante el numero infinito de figuras que se apretujan amorosamente en estas paginas y uno se congratula de verse en el torbellino que significa sorprenderse maravillosamente sorprendido ante un libro de poesía como este. Elizondo ha indagado a lo largo de su obra con fortuna e inteligencia en las posibilidades de la naturalidad y del rigor con una obra atrayente y de construcción cuidadosa donde concibe a la palabra como celebración, con un atinado riesgo en la experimentación, afanándose en la formulación de visiones tan necesarias como los recuerdos que nos construyen. Borges, con la puntual exigencia que tenía para con la literatura, decía que todo libro de versos puede correr tres suertes: 1. Puede ser adjudicado al olvido, 2.  puede no dejar una sola línea, pero sÍ una imagen total de quien lo hizo, y 3. puede legar a las antologías unos pocos poemas. Y yo, con mi puntual elocuencia para con la poesía, digo que no son las suertes “que puede” correr, sino las que corre y que no son tres sino tantas como lectores tenga el libro. Y es que leyendo el cuidado con el que Elizondo trata a las palabras, por supuesto que no se adjudicará al olvido,  porque aquí el lector se ve como un suceso más en el libro; es decir: hay complicidad, ya que existe un sentido de representar desde el interior lo significativamente humano, ese es el mandato del que poetiza. La autora lo sabe y se aventura a un diálogo de inmensidad y llamas, lo sabe porque también es pintora y como si se tratara de una cuadro en movimiento escoge los colores más vivos.


Rosa María Elizondo
La lluvia era miel
Oficio Ediciones, 2008
78 pp.