lucia yepez
COLUMNAS   

Árido Reino


Palabras rituales que se pronuncian al cerrar una puerta o el reajuste de la elocuencia

Lucía Yépez, con una sobriedad gozosa, nos entrega en Raíz de gata negra una orquestación emanada de la cruza de lo sexual y lo religioso.

OPINIÓN

Provocar, invocar

Amparado por la santa lujuria, leo desde la raíz este libro y me miro de cerca, me rescato  porque ante tanto sortilegio, ante tanta juntura, no tengo escapatoria de mi, -yo que me cuido de mi-. Entiendo que el enfrentamiento con la otredad, recalco, subrayo, con la íntima otredad (y aquí hablo exclusivamente del lector) me conecta con lugares, acciones y estados que crean expectativas y tensiones tristemente olvidadas pero necesarias y que la autora rescata de manera voluptuosamente imaginaria, es decir, en la provocación intrínseca de un texto erótico.

Octavio Paz en El arco y la lira afirma que lo que  caracteriza al poema es su necesaria dependencia de la palabra tanto como su lucha por trascenderla. En ese sentido Yépez cumple ya que va más allá, ve más allá y  diluye los límites entre las cosas; erotiza en todo momento y a todo momento, creando un espacio que adquiere sin desamparos  y sin ninguna complejidad una especie de reflexión que se distingue como una alianza actualizada de esos lenguajes del cuerpo que pueden parecernos ajenos, porque está establecido desde hace mucho tiempo un amplio circuito de comunicación fácil y rápida. Ahora, por ejemplo, son muy comunes los mensajes de voz pero raramente encontramos voz en los mensajes.

Reajuste de la elocuencia

Hace mucho tiempo que la poesía ha dejado de ser rebelde contra muchas de las censuras clásicas que la molestaban y la ninguneaban. Y esto lo digo no porque los obstáculos con los que se enfrentaba la libertad hayan sido erradicados, sino porque estos se han visto oscurecidos por la experimentación posterior. Insisto, el lenguaje y su experimentación seguro colocan a la poesía y al arte en general en vitrinas y escaparates muy visibles, por lo que los riesgos tanto de los productores como de  los consumidores, se ven influenciados, alterados e interpretados de manera muy rápida.

Entonces, la intención es no alejarse de la disciplina que se integra con la experiencia, Lucía entiende eso perfectamente y se extiende aprovechando la intensidad y la elocuencia de sus análisis de sus deseos y de sus pasiones, logrando sin duda un atinado reajuste.

Gabriel Zaid dice que escribir y publicar no son la misma cosa. Escribir siempre tiene algo de injustificable y publicar es un acto público que obliga a responsabilidades públicas –eso lo han olvidado muchísimos autores-. Yépez no deja de sorprenderme porque provocadoramente asume la cotidianidad como una insurrección contra cada pequeño acto o fuerza mediocre que pretenda apagar el fuego de la imaginación. Es cierto, la preciada intimidad de confidencias (en este caso femeninas) ha dejado de serlo gracias a los medios masivos de comunicación que apuestan hacia otro tipo de lenguaje, y que, peor aún, lo han vulgarizado.  Pero así como no podemos negar que la herencia de la poesía enmarcada en la confesionalidad sentimental haya desaparecido, tampoco negaremos que esos temas la vuelvan menor, porque el asuntillo ese del autor a fin de cuentas (si es hombre o mujer) nos debe de ser indiferente para disfrutar un libro de poemas.

Calladas furias

Lucía Yépez, con una sobriedad gozosa, nos entrega en Raíz de gata negra una orquestación emanada de la cruza de lo sexual y lo religioso. Ya antes en sus libros, Con cicatrices pero a salvo publicado por CONARTE en 1997 y Nosotros los malditos y el resto, publicado por Verdehalago en el 2000 y con el que ganó el Premio Nuevo León de poesía en 1998, nos enteraba de su voz y sus temas. Ahora siguiendo con esa fusión -que para mayores señas la llamaremos poesía-, sobresalen las calladas furias que solo deben de ser gritadas en el momento en que confundimos al cuerpo y al alma, pero recordemos el acto previo antes del acto. Es decir: no solo pensamos en el sexo, en la cópula, también pensamos en las caricias previas, cómo no. Y aquí me refiero a la raíz, a el origen oculto de nuestros mecanismos del ser, esos que nos salvan de “mecanizar” nuestras victorias y /o nuestras fechorías para con nosotros mismos y para con nuestro cómplice. ¿Serán acaso esas las palabras rituales que se pronuncian al cerrar una puerta? Averigüémoslo.


Lucía Yépez
Raíz de gata negra
HomoScriptum, 2008.