Lo primero que hice al llegar a Ciudad de México hace siete años, fue crear una playlist de Charly García y Fito Páez ¿por qué no? para recorrer los parques, las avenidas más lúgubres; tomar fotos desde los puentes y las esquinas de cada barrio, de los bajos, lo que queda de ellos, esos que se ven en las películas de Ismael Rodríguez o en Los Olvidados.
Aprendí a querer esta ciudad de a poquitos, porque solo así, la prisa con la que vive esta ciudad, es soportable. De a poquitos. Aprendí a entenderla, a vivirla, a escucharla.
Llegué a vivir en distintos puntos de esta ciudad, desde el Centro Histórico hasta Coyoacán, de Coyoacán a la Condesa, de Vértiz a la Del Valle. Fue en febrero del 2019 que me cambié a la Portales, una colonia que destaca por su tranquilidad, buena comida, chácharas y jacarandas en primavera.
Me instalé en un departamento acogedor a dos casas de una buena amiga mía. Sabía que es hija de Chucho Tex, aunque jamás había escuchado a Tex Tex anteriormente, creo que hice bien al no indagar mucho en ese momento, porque para mi suerte, escogí una playlist con canciones de la banda para recorrer mi nueva colonia.
Hablar de Tex Tex es hablar de rock nacional mexicano. Adentrarse verdaderamente a los barrios de la ciudad, subir y bajar las escaleras del metro, soñar el primer amor, maldecir el último, rebelarse a los padres, el sistema, huir de casa, adolecer con nostalgia el paso del tiempo.
No hace poco tuve la oportunidad de platicar con Chucho Tex. Mi vecino es un rockero de corazón, saluda siempre sonriente, con un café en la mano y los pies en la tierra.
Cuenta que fue en 1978 cuando su hermano Lalo y él empezaron a tocar rock a los límites de la CDMX, antes Distrito Federal. Chucho estudió para médico cirujano, Lalo Tex quería ser ingeniero. En 1986 decidieron dejar todo para grabar su primer disco Un toque mágico, sin saber nada de la industria musical, se conformaban con que el público se prendiera.
Tex Tex apunta y dispara a la ironía y a lo que pasa alrededor como “La calle 16”, “El hijo desobediente”, “Pancho Panchito” o “Cristina”. Juega con la ironía de una forma inteligente y la hace parte de la cultura mexicana, haciendo que cualquier tipo de público quede identificado con sus letras. Escriben sobre lo cotidiano, sobre lo que les cuentan, sobre lo que les pasa. Todo esto hace que sigan vigentes, que nos sintamos amenos con sus canciones y brinquemos con su música.
Chucho Tex ríe al recordar que antes se vestían como metaleros, pero no eran rubios, mucho menos europeos. Son tlaxcaltecas de raíces otomíes, de un pueblo llamado Ixtenco donde todos usan sombrero. Fue así que decidieron dejar el maquillaje blanco y negro para crear una identidad en el rock and roll y apostaron por sombreros vaqueros, algo que fue aplaudido por ZZ Top cuando Tex Tex fue su telonero en 2003 en el Palacio de los Deportes.
El temple de Tex Tex se debe a su constancia, al espíritu, ese que los mantiene vivos como banda. Aunque pasaron por situaciones lamentables como el fallecimiento de Lalo Tex en 2016 y Donovan Camacho en 2019, ya existe una estructura por la cual Tex Tex sigue vigente y crea esa armonía furtiva con el público.
Podemos identificarnos con José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel, El Tri, Café Tacvba, Caifanes, pero también nos sentimos parte de esas letras que Tex Tex mezcla con el rock, rythm and blues y country. Ese “rock ejidal”, como lo nombraron en sus inicios.
La ciudad parece distinta, ya no es una pistola frenética y ardiente. Resulta que hasta ese entonces, conocía una capital a medias. Caminar por estas calles escuchando a Tex Tex y saludar a los vecinos es, a modo personal, uno de los gustos más completos en esta ciudad del caos.