Rutas de canciones

«Chiquitita»

«En ese momento en el que la fui a buscar, ese par de segundos en los que sorprendido me detuve y no di crédito al no encontrar a la muchacha en el último lugar que me quedaba por revisar, coincidió con esa música tristísima que salía del radio»

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Le decíamos Juany y era de un sitio llamado Venado, en San Luis Potosí. Es todo lo que sé de ella. Ahora mismo que escribo esto, un rostro quiere dibujarse en mi mente, pero no se completa. Fue mi niñera, alguien que le ayudó a mi madre en algunas tareas domésticas, especialmente las que tenían que ver conmigo. No hay fotografías ni ninguna otra señal de su paso por aquel departamento de la colonia Vista Hermosa, en la calle Labrador. Lo único que me queda, a cuarenta años de distancia o poco más, es el recuerdo de una experiencia. Curiosamente, en lo sucedido ella no participa del todo. La memoria y los afectos tienen formas muy extrañas de proceder.

Dice mi madre que yo era muy apegado a esta muchacha morena, delgada. Si de casualidad durante una comida familiar sale el tema de Juany, es solamente para decir que me refería a ella como “mi Juanita”. Como yo era aún muy pequeño, no pronunciaba bien su nombre y decía “Fanita”. Para mis padres, eso es lo que queda de Juany: la gracia de su primogénito, algo que ni anécdota es. Un gesto de cariño. En cambio, para mí, Juany como figura está ligada a la fuerza de la música.

En retrospectiva, ahora que vivo solo e intento salir adelante después de varios años de matrimonio, el departamento de Labrador no era nada pequeño y debió consumir gran parte de los ingresos de mi familia. Constaba de dos habitaciones, pero el área de sala y comedor era muy amplia, con un ventanal que daba hacia un balcón de esa misma longitud, desde el cual se gozaba de una excelente vista. Autos pasando calles abajo, muchos árboles, alguien en el parque empujando una carriola o paseando un perro. La Vista Hermosa de mediados de los setenta y principios de los ochenta, ésa que me dio mis primeros sonidos intrigantes, maravillosos, también musicales: el canto de las chicharras y la flauta del afilador de cuchillos. Además, el departamento tenía un espacio grande que se usaba como lavandería y bodega y, en algún lado cerca de ahí, estaba el cuarto de servicio. La habitación de Juany. Probablemente sólo una ocasión estuve ahí, la de mi único recuerdo de ella.

Una tarde de mis cuatro o cinco años, no encontraba a Juany. En mi cuarto no estaba, tampoco en el de mis padres. Seguramente estaría trabajando en otra área del departamento, pensé. Caminé gritando su nombre. Un vistazo general bastó para saber que no estaba en la sala ni en el comedor. La situación comenzó a preocuparme. Tuve que pasar por la cocina para llegar a la lavandería, y ella no se encontraba en una ni otra. Algo no estaba bien. Aceleré el paso y me atreví a ir su cuarto. Abrí la puerta y quedé extrañado. Me tomó un segundo o dos procesar la noticia: me topé con la terrible falta total de Juany, mi Juany. Quizás el impacto no habría sido tal si su cama no hubiera estado tan impecablemente tendida, sin una arruga que me señalara que no hace tanto sobre ella se había sentado o recostado Juany. La única pista de que había estado ahí y que probablemente regresaría, era su radio encendido. Y es por eso que cuarenta años después, o poco más, recuerdo esta historia. La recordaré siempre. Lo que definitivamente terminó por afectarme fue que ese momento en el que la fui a buscar, ese par de segundos en los que sorprendido me detuve y no di crédito al no encontrar a la muchacha en el último lugar que me quedaba por revisar, coincidió con esa música tristísima que salía del radio, tan adecuada para la situación que parecía elegida por un programador o locutor para la primera experiencia de soledad de la que tengo noción. Era una canción que conocía: «Chiquitita», de Abba. Sintiéndome abandonado, brinqué a la cama a llorar. A llorar arrugándola, mojándola con mis lágrimas. 

Juany y «Chiquitita» me inauguraron en mi gusto o afición por encontrar canciones que me conmuevan. O por conmoverme con canciones, que puede no resultar lo mismo. En general, en mi hábito de acercarme a cosas, arte y gente que no me deje indiferente. No comprendo a quien no lo haga.

Le decíamos Juany, era de Venado, San Luis Potosí y por su ausencia lloré por primera vez con una canción. Es todo lo que sé de ella.