hugo valdés
COLUMNAS   

Árido Reino


Miro a mi alrededor y en vano trato de saber quién soy, o el aire plagado de olores frescos

Hugo Valdés transforma el lenguaje, su narrativa, en un instrumento crítico que permite descifrar los signos de la época. Su primer libro de cuentos, Las visiones de Edipo y otros relatos (1988), da cuenta de ello.

OPINIÓN

Memoria

Hay en la historia de la literatura regiomontana acontecimientos históricos que pueden tener mucho o poco de literarios. Varios están insertados como leyendas urbanas o como verdaderos decretos que le dieron un rumbo a los involucrados, o inauguraron caminos y marcaron y definieron rasgos distintivos que llegaron con el tiempo a insertar obras y autores como parte de la literatura mexicana. Vienen a mi memoria tres: 

1. El visto bueno y aval de Octavio Paz y Alfonso Reyes a un grupo de jóvenes poetas regiomontanos que inauguraban, además de una revista (Kátarsis), un grupo y un camino en la poesía contemporánea del estado y del país.

2. La declaración de Octavio Paz diciendo que Samuel Noyola era el poeta más inspirado de su generación.

3. Carlos Fuentes desde Bruselas en el año de 1993 afirma que Hugo Valdés es uno de los grandes escritores mexicanos actuales (habló varias veces después sobre libros de Hugo).

Alguna vez escuché a Carlos Monsiváis hablando sobre este fenómeno, explicando lo difícil que resultaba para un autor de otra generación validar la obra de un joven principiante o de alguna voz que apenas se asoma. Es cierto, lo podemos ver en prólogos o en el dictamen de un jurado o en una cuarta de forros, pero casi siempre de pares. Que un maestro recomiende o declare o presagie por una nueva literatura o por un relevo generacional es algo raro que no se nos debe de olvidar.

Supongo que esa “buena maldición” tiene que comprobarse con obra y con los años. En este caso, el de Hugo Valdés, conocedor experto de la obra de Sergio Pitol y empecinado (en el mejor de los sentidos) en la vida y obra de Santiago Vidaurri, ha demostrado con sus novelas y ensayos a lo largo de su carrera que la ciudad de Monterrey es un personaje literario. Y que esa valía de la que Fuentes habló cada vez que tuvo oportunidad se comprueba con la calidad de sus obras.

Descanso 

En el oficio de la escritura no hay descanso. El autor siempre debe de tratarse  y retratarse, debe de insistir en su voz, de apostar, mirarse y tratar de saber quien mueve esas manos y cuenta (luego alguien nos abrirá una puerta o dará un empujón, pero siempre provocado por algo que uno mismo alimentó).

Inicialmente Valdés prefirió el cuento. Las visiones de Edipo -su primera publicación- contiene ocho cuentos narrados con la elegancia que ya le conocemos a Hugo, y que ha afinado con el tiempo. Iniciaba así, como nos narra en el segundo cuento, el infinito camino de la invención.

Temblor (la precisa hendidura)

Quizá nos pueda temblar la vista al acceder a estos cuentos,  y esto lo digo únicamente porque el libro tiene un formato muy pequeño y una letra pequeñísima que incomoda y que a algunos les puede dificultar la lectura, pero a Valdés no le ha temblado la pluma nunca. Siempre ha definido bien no solo lo que va a contar sino cómo lo va a contar.

Alguna vez, después de leer una de sus novelas, platicando, le hice lo observación de que “exageraba” en la descripción. Hablábamos de un auto que estaba estacionado en alguna escena. Hugo, además de describir las características generales, ahondaba en detalles, específicamente hacía hincapié hasta en el grabado que indicaba la marca de las llantas del auto. «¿Pero no es demasiado?», insistía yo, y Hugo me explicaba el asunto de la observación minuciosa, su método de investigación al ver fotografías antiguas de la ciudad o emprender la aventura escritural como una escena de cine. Entonces, deduzco que de manera consciente sus letras llevan a la prectica la teoría del inscape –paisaje interior- desarrollada por Gerarld Manley Hopkins que define al paisaje interior como el reflejo extremo de la naturaleza interna de una cosa, o una copia sensible o representación de su esencia individual.

La biblioteca aloja a un locutor entrado en años que, en el jardín, da forma a dos sombras imaginarias.
La pareja está sentada junto a la pileta, donde corre agua que hace una precisa hendidura a un montón de rocas, forjando una cascadilla. La joven es hermosa, de cabello claro. Tiene unos ojos casi verdes, pero la altivez los formaliza hacia tonalidades azules.
(Oficio de ambages, fragmento, pág. 42)

Contagio de todos los ritos posibles

Reconozco de Hugo Valdés -como autor- el apasionamiento y la paciencia. Y este comentario sobre sus inicios coincide felizmente con la aparición de su libro sobre Vidaurri, (¡al fin lo publicó!), un libro atemporal por su circunstancia y el ansia lectora de muchos. Pero resulta que la obra de Valdés se caracteriza por ello, desde estos relatos hasta el retrato de nuestra ciudad de Monterrey en su infancia y adolescencia criminal, pasando un divertido diario de viaje con sus jóvenes amigos escritores o una reflexión sobre las autoras de Nuevo León. Hugo se detiene (es decir detalla) para no detenerse. Se le pudiera asignar el título de explorador, incluso en algún sentido de biógrafo de Monterrey. Otra cualidad en su escritura es que no pretende sugestionar y al mismo tiempo no es neutral. Las batallas de Hugo las da transformando el lenguaje, su narrativa, en un instrumento crítico que permite descifrar los signos de la época.


Hugo Valdés Manríquez 
Las visiones de Edipo y otros relatos
Gobierno del Estado de Nuevo León
1989