COLUMNAS   

Árido Reino


Un bárbaro descifra signos a la intemperie mientras va trenzando los pasos con la cumbia del viento o el reino de los sentidos

El poeta regiomontano Samuel Noyola está desaparecido desde hace algunos años y nadie conoce su paradero. El mito se expande y también los críticos de sus logros, por eso esta revisión obedece a que estoy convencido de que se le debe leer sin concesiones.

OPINIÓN

Te quiero de golpe

Conocí a Samuel Noyola en 1989. Asistió a una lectura de poemas que realizamos algunos jóvenes poetas de aquel entonces en algún lugar del Barrio Antiguo en Monterrey. Al final me abordó y me invitó a tomar unas cervezas en el Bar Galaxia, fuimos y pagué la cuenta y algunas deudas del poeta contraídas con anterioridad; por su parte Samuel me defendió de unos mariachis borrachos que me buscaron pleito con una capacidad de mediador y convencimiento increíbles. Yo era inocente, por supuesto, pero eso no importaba ante sus notables argumentos, que eran acompañados por las citas de versos de Rubén Bonifaz Nuño. Después de salvarme  prometió defenderme siempre y así lo hizo hasta que dejé de verlo en el año 2005.

Era cuatro años mayor que yo y lo acepté (para estar ad hoc) como lo que era en toda su extensión: una galaxia.

Con los años y nuestra amistad reforzada llegó a decirme que yo era el único que la había abierto las puertas de mi corazón y de mi refrigerador. Disciplinadamente por un tiempo llegaba a mi casa todos los martes, conversaba con una fotografía enmarcada que tengo de Octavo Paz y después leíamos poesía y corregíamos nuestros textos. Ahí tallaremos unos libros en conjunto, trabajamos de él Paloma negra produccions del cual fui editor y logré incluirlo en una colección donde aparecieron quince poetas importantes de Nuevo León. La colección se llamó Árido Reino y la publicó Mantis Editores y CONARTE entre los años 2003-2005. 

El chorro del ser 

Pensé sin dudar realizar este trabajo en conjunto con Eduardo Zambrano no porque  hemos hablado demasiado de las leyendas urbanas y anécdotas que tuvimos con nuestro amigo Samuel Noyola, sino porque hemos conversado más, muchas veces más, sobre su obra poética. Por increíble que parezca encuentro muchas coincidencias entre Samuel y Eduardo, pero quiero destacar una que, acá entré nos, facilitaría este hermoso encargo: la disciplina. En Zambrano es natural, aplicado lector, puntual en la brevedad y justo en su poética; en Noyola la entiendo en el sentido del atrevimiento riguroso de mezclar las formas clásicas y el verso libre.

Pero no se trata de indagar en su personalidad seductora. Noyola está desaparecido desde hace algunos años (desde 2008 para ser exactos) y nadie conoce su paradero. El mito se expande y también los críticos de sus logros, por eso esta revisión obedece a que estoy convencido, al igual que Zambrano, de que se le debe leer sin concesiones. Lo que percibo de su obra es el tumulto de su potente voz que logró idealizar el goce de los sentidos y forjar un reino.

Decidimos incluir un total de 55 poemas, que sería la edad que Samuel tendría al publicarse este trabajo. Los poemas seleccionados no siguen ningún orden cronológico y se destacan en apartados obedeciendo a una distinción temática. Quedaron de la siguiente manera: Ars con página y pétalo, donde se reúne poemas que hablan sobre el oficio; Memoria en llamas, poemas que hablan sobre el amor y los recuerdo; Tríptico de una épica, que contiene los tres poemas de aliento largo; Un rojo de semáforos late en mis sienes, poemas que hablan sobre la ciudad; y Gabinete vacío o desaparecer en la luz, poemas que consideramos misceláneos. Del total de poemas seleccionados 20 pertenecen al libro Nadar sabe mi llama, 17 a Tequila con calavera y 18 a Paloma negra productions.

Al principio de cada apartado se incluyó un comentario orientador que intenta justificar la temática seleccionada, tres de esos comentarios fueron redactados por Zambrano y dos por mí que reproduzco ahora:

1 (Sobre el oficio) Octavio Paz dice en El arco y la lira que la historia del hombre puede traducirse a las relaciones entre las palabras y el pensamiento. Para Samuel, aventurero por naturaleza, la gran aventura fue el lenguaje mismo. Lo respetaba como se respetan los oficios y entendía que a través de él las fronteras se vuelven borrosas y que eso, al mismo tiempo, le da claridad a las palabras. El acto de escribir para Noyola es un acuerdo con la plenitud.

2 (Sobre el amor y los recuerdos) Cuando uno se enamora, uno quiere de golpe algo o a alguien, se crea una historia que primero engloba a dos y después a todos. Los poemas amorosos de Samuel contienen esa sensación de cantar el vértigo (que mejor definición para el amor que esa). La inspiración no fue para él un desafío, la llevaba puesta; y el amor, reciprocidad, conflicto siempre bienvenido, fue siempre su coartada.

Azufre con que sufro en el sufragio
Orgias de la lengua de Quevedo:
entredaderas y entrelineas
cifradas en el borroneado paisaje.
Ya sube el sol y baja la lluvia ácida
¿Si he vivido aquí porque regreso?
Pienso al correr bajando por la calle.
Porque no escucho las puertas del arco
Iris y fosforece en el infierno 
del ciudadano el cuerpo todo ardido
A ver herida la ciudad regreso.
A ser herida de ciudad.

(«Bajo la lluvia ácida», pág.79)

Como una estrella veloz quemándose en el espacio

Lamento profundamente la decisión espiritual que Samuel eligió para tomar algún camino incorrecto. Admiro cómo soportó y sobrellevó su indigencia, y entiendo esa condición –a la que aspiro-  y en ese sentido me refiero a la de un hombre de calle, un andariego que conoce y se reconoce en esos trayectos urbanos que no lo deformaron sino más bien lo formaron. A fin de cuentas el termino «estar en la calle”, que significa no tener nada, Samuel lo entendía a la inversa.

Y hablando de calles, por eso me emociona sobremanera una coincidencia hermosamente geográfica, hermosamente urbana, y que me hizo ver el propio Noyola: nuestros domicilios se conectan haciendo un recorrido casi en su totalidad de la Av. Francisco I Madero, avenida que como nadie describe el poeta en su ya épico «Nocturno de la Calzada Madero». Me alegra haber animado y participado en la hechura de un ejercicio como este en el que tratamos de acercar a los lectores al único y verdadero mito que es comprobable de sus tantas historias: su poesía siempre elegante y sin fisuras. Solo queda agradecer la mucha amorosa rabia que Samuel Noyola le tuvo al mundo y que dejó concentrada en sus poemas.


Samuel Noyola
El reino de los sentidos
(antología)
Selección y notas de: Armando Alanís Pulido y Eduardo Zambrano
UANL
2020