la casa azul la gran esfera

La Casa Azul – La Gran Esfera


Elefant Records
España
2019

RESEÑA

El arte fundido con la vida; un magma ardiente que hiere y se convierte en canciones festivas. ¿Un contrasentido? No para Guille Milkyway; un músico que atraviesa la edad adulta revolcado por la vida de diversas maneras y que ha recurrido a su talento y gran oficio para plasmar una bitácora musical en la que casi no oculta nada de los avatares que lo han acongojado. De hecho, el disco arranca dejándolo todo en claro: “Va a costar/ Hacer ver que no hay dolor, que todo sigue igual/ Esconder los desperfectos y disimular”.

Casi 8 años transcurrieron desde su anterior entrega y tuvo que superar un desprendimiento de retina que lo tumbó casi dos años, también sorteó una severa crisis de pareja –que por poco no libra- y antes de eso, experimentar sus 15 minutos de fama televisiva siendo parte de Operación Triunfo España (2017). Para Guille todo fue muy turbulento y apenas tuvo la posibilidad de ir esparciendo algunos sencillos a través de los años.

La gran esfera (Elefant, 2019) fue grabada y desechada al menos un par de veces; se dejaba el material de lado y al regresar a él ya no se sentía tan representado y de vuelta a componer y retrabajar. Ahora que apareció completo podemos asumir que tiene el aliento de un diario personal reunido en el que subsisten cosas del pasado, pero en el que sobresalen los temas que más se asoman al futuro y a un nuevo rumbo estilístico.

La Casa Azul sigue siendo todo un estallido galáctico de electro-pop rutilante, que también se regodea en la música disco y el dance, mientras que las letras tienen cierto corte dramático combinado incluso con léxico científico. ¡La rareza es su sello inconfundible! Es como si los Pet Shop Boys, producidos por Giorgio Moroder, grabaran temas de Manuel Alejandro. ¿De qué otra manera comprender una pieza tan confesional como “El final del amor eterno”? “Somos piezas de un sistema secuencial/ Vulnerables al desgaste natural (de todo)/ Dame un poco más de tiempo y yo/ Retomaré la vitalidad”.

Para el artista, el álbum representa una obra de transición en la que queda expuesta la sensibilidad del pasado inmediato, pero en la que también se entrevé una nueva veta estilística que se concentra al menos en un par de temas en los que –fiel a sí mismo y su arrojo- retuerce algo de trap para hacerlo más freak y mutante y engarzarlo después en su aquelarre afterpop. Porque “ATARAXIA” también pasa por un baladón azotado –así arranca-, para luego subir hasta un medio tiempo trotón en que Guille presume su maestría para manipular lo más meloso: “Tú ves una luz en mí/ Que nadie vio jamás/ Tú consigues redimir/ Mi poca voluntad/ Tú entras de lleno en mi organismo/ Inyectándome ataraxia/ Ya no siento nada, nada, nada/ Nada más”.

El reino sonoro de La Casa Azul es de un barroco posmoderno en el que se trama complicidad extrema entre el emisor y el escucha. De no existir tanta complicidad, este tipo de viaje rococó electropopero no se maximiza. Aquí brilla especialmente un cruce de muchas cosas; la alquimia de un soul siglo XXI de pasajes quebradizos. “Ivy Mike” ya está aquí, pero ojalá anticipe los futuros movimientos de Guille; es extremadamente sinuosa, juega muy bien con la ciencia y no deja de ser llegadora -¡Menuda combinación!-: “Cargaditos de plutonio como Ivy Mike/ Sin nada que perder/ Al choque nuclear/ Miles de millones de protones y neutrones/ Preparados para fusionar”.

Incluye un coro con mucho charmé –cantado en inglés- en el que pide por una reacción en cadena; él busca la explosión amorosa y nosotros la posibilidad de más canciones como está. Milkyway hizo un disco acerca del punto de quiebre del amor con final exitoso. Salió redimido y rebosando felicidad. Para cualquier otro eso sería señal de extravío, pero no para el creador de “La revolución sexual”; tiene de su lado un vastísimo universo pop en el que caben ABBA, los Beach Boys, Raphael, Camilo Sesto y el J-pop. Pocos como él para calzar una frase como: “Una gran cámara anecoide esferoidal” en una pieza dance que incluye puentes de voz casi desnuda. “Nunca nadie pudo volar” provoca un frenesí inmediato, pero abarca muchas cosas: “Quiero descomprimir/ Volver a ver con claridad/ Tomar las alas como Reichelt en París/ Y planear y ser aurora boreal”. La mención es a un sastre austriaco que a principio del siglo XX confeccionó unas alas y se arrojó de la torre Eiffel, pero éstas no se abrieron y murió en el percance. Esa fijación por la ciencia la encontramos también en gente como Franco Battiato y Vainica Doble; así, lo que podría pasar por un pop inofensivo tiene mucho trasfondo y congruencia.

En una conversación con el periodista Víctor Lenore para Vozpopulli, Guille resumió perfectamente el contexto que rodea a estas 10 canciones: “Lo único que he buscado siempre es contar mi realidad, con sus agobios y sus alegrías. Ahora tengo un discurso diferente porque mi vida ha cambiado. No miras el mundo igual a esta edad, con los problemas que implica una pareja de larga duración, que además se está yendo al garete justo en el momento en el que vas a tener un hijo. Son conflictos que tienen una enjundia mayor que ‘anoche me enamoré de una chica que vi en el bar’. No estoy diciendo que un tipo de canción tenga más valor que otro, pero son realidades distintas. Ahora tengo una visión más reposada y más equilibrada”.

El séptimo álbum de La Casa Azul es un disco poderoso de parte de un artista en plena madurez personal y creativa; encanto le sobra. Posee un interior estético de una diversidad alucinante y, a la vez, la sapiencia para manipular la parte sentimental de las letras e incrustarlas en una vorágine del baile y el desfogue. Cierto, suena como algo difícil de lograr, pero para un tipo que se hace llamar Guille Milkyway no hay imposibles. ¡Nos mantiene hasta arriba… hasta arribototota y atascados de endorfinas!

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