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| Memorias, historias y crónicas

Conjunto Ensoñación

Desde las mesas de El Pezina, en las calles de la colonia Obrera, hasta las cantinas y bares de la Calzada Madero, el Conjunto Ensoñación fue uno de los grupos de cuerdas populares más emblemáticos de Monterrey en el siglo pasado.

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Conjunto Ensoñación

Don Luciano Medrano Alfaro (violín), Josefina Treviño Gallegos (mandolina), Daniel Espinoza (violín), Toribio Zúñiga Ortiz (bajo sexto) y José Ángel Salas (contrabajo). En el tradicional orden de izquierda a derecha, así aparecen los integrantes del Conjunto Ensoñación en la fotografía, ya clásica, que Aristeo Jiménez les tomara afuera del Salón California en la colonia Obrera un día de verano de 1985. La calle es Arteaga, su mirada a la lente de Aristeo y a las ruinas del mercado San Pedro.

A un lado del California se encuentra el Salón Pezina, una de las pocas cantinas que sobrevivieron al cierre de Fundidora Monterrey, aún hoy en servicio. Para los integrantes de Ensoñación El Pezina fue algo más que un punto de encuentro. Por casi cuatro décadas, como canta Daniel Santos -menos el domingo,todas las tardes-, a eso de las tres de la tarde iban llegando los viejitos- como les decíamos con cariño- al Pezina, instrumento en mano. De la colonia Terminal y siempre a pie llegaban don Luciano y José Ángel; de la colonia Reforma, a seis cuadras de allí, venía doña Pepa; y de la Villa -como entonces se conocía a Guadalupe- llegaban don Toribio y don Daniel, en el ruta 40 que los dejaba en la Calzada.

Entre ellos guardaban especial respeto a Luciano y Josefina, supongo por ser los de mayor edad y fundadores del grupo. Luciano llegó a Monterrey en 1921 con veinte años de edad procedente del rancho El Potrero, municipio de Real de Catorce, San Luis Potosí. Llega a incorporarse ese mismo año a la segunda generación de obreros de la Maestranza de Fierro y Acero de Monterrey, mejor conocida como la Fundidora. Esta empresa ofrecía, aparte de trabajo a obreros y empleados, un programa recreativo cultural, el cual incluía equipos deportivos en distintas disciplinas. También existían grupos integrados a actividades musicales; Luciano optaría por ésta y sería uno más de la estudiantina.

Un reajuste en 1944 deja a don Luciano sin trabajo y fuera de la Fundidora. Desde su llegada a Monterrey no había regresado a su pueblo, así que aprovechando su despido ese año visitó el rancho El Potrero acompañado de su esposa. Convivieron con sus familiares unos días, luego alistaron su regreso a Monterrey. Sorprendido, me seguía platicando don Luciano: «Cuando veníamos por el camino pa’ la Estación de Catorce, a esperar el tren, mi mujer se agachó y recogió una piedra, así mediana. Yo le dije: ¿qué trais’ mujer? ¿pa’ qué quieres esa piedra? Y ella me contestó: Pa’ recuerdo del rancho, por que se me hace que ya no vamos a regresar. Y así fue, ya no regresamos».

De nuevo en Monterrey, Luciano se dedica a la albañilería en su barrio de la colonia Terminal. Un día lo buscan para que amenice con su violín una fiesta familiar, y de una tocada surge otra y así va dejando la albañilería para dedicarle más tiempo a la música. Con la experiencia lograda en la estudiantina ha invertido su capital musical y ya forma parte de un conjunto llamado Grupo Flores.

Doña Pepa -Josefina Treviño Gallegos- nació en San Juan de Cedros, antiguo pueblo del municipio de Mazapil, Zacatecas. Con gran felicidad recordaba de su infancia la época de cosecha cuando su padre llenaba un cuarto grande con mazorcas de maíz. Le asombraba cómo pasaban esa temporada días y días, hombres, mujeres, jóvenes y niños desgranando mazorcas y encostalando maíz. En su casa había maíz por todas partes, lo mismo que en sus sueños. El maíz -decía- siempre estaba presente, en campos extensos de maíz jiloteando, o en su caña con su cascada de hojas verdes llena de elotes.

Recordaba doña Pepa que aprendió a tocar la mandolina gracias a su hermana mayor, doña Guadalupe Treviño Gallegos. Cuando Josefina creció tuvo la desgracia de ser pretendida por un hombre del pueblo con quien su padre tenía fuertes discrepancias. Para evitar que el sujeto se la fuera a robar su familia emigró a Monterrey. Eran los primeros años de la década de los treinta, y por las necesidades económicas de la familia ingresó a trabajar como decoradora en la Zapatería Ángel. Allí trabajó diez años, de 1937 a 1947.

Fue en ese entonces que en una fiesta conoció a Luciano, cuando éste tocaba en el Grupo Flores. Don Luciano supo que Josefina tocaba la mandolina y la invitó a ser parte del grupo musical. Decía doña Pepa que no había pasado mucho tiempo después de integrarse al grupo cuando fueron contratados para tocar una temporada en los jardines de la Cervecería Cuauhtémoc. Allí, la persona que los contrató, después de escuchar sus notas y acordes, les sugirió cambiar su nombre, y la semana siguiente fueron presentados a la concurrencia de los jardines de la cervecería como el Conjunto Ensoñación.

«Que no hagan polvo», con el Conjunto Ensoñación,
en el disco Tesoro de la Música Norestense, de la Fonoteca del INAH (1991).

Día a día en El Pezina iniciaba su rutina musical. Si los clientes del lugar solicitaban su servicio, ellos los complacían. Cada pieza la cobraban a diez pesos en 1985; el violín de don Daniel abreviaba tres minutos cada pieza, don Luciano, en cambio, provocaba la molestia de sus compañeros al hacer largos compases y adornos con su violín, que no pocas veces José Ángel desde el contrabajo le pedía a gritos que terminara la pieza provocando la risa de los presentes y el enojo en don Luciano.

Complacida la clientela de El Pezina, iniciaban su recorrido por las calles del oriente de la ciudad. Del Pezina al Tropicana (Gral. Treviño y Vicente Suárez), de allí al Salón Monterrey, (Félix U. Gómez y Tapia) luego El Generoso (Félix U. Gómez y Santos Chocano). Al Ranas Bar (Diego de Montemayor y Calzada Madero) le dedicaban una jornada completa. Este fue su perímetro musical que se ampliaba cuando los clientes y sus amigos los invitaban a amenizar bodas,quince años y cumpleaños.

Nuestro encuentro con los integrantes del Conjunto Ensoñación ocurrió el 21 de mayo de 1982, hace 36 años. Ese día especial, después de escuchar la Epístola de Melchor Ocampo, Graciela Salazar y un servidor bailamos el vals “Sobre las Olas” de Juventino Rosas, magistralmente ejecutado por el Conjunto Ensoñación. A la Tía Lilia le debemos las notas musicales que amenizaron nuestra boda y el inicio de una amistad con los integrantes de Ensoñación que duró hasta que uno a uno se fueron despidiendo de esta vida; primero don Luciano en 1988, y hace unos años la última de sus integrantes, Josefina Treviño, doña Pepa, como cariñosamente la llamábamos.

Que este recuerdo sea un homenaje a Luciano, Josefina, Toribio, Daniel, y José Ángel. Y al 36 aniversario de aquel acontecimiento en que unimos nuestras vidas Graciela Salazar y yo, aunque ella tampoco éste ya. Las últimas palabras de Ensoñación las retomo de un programa de mano escrito por Graciela, fechado el 17 de marzo de 1987, en el que se convoca a clientes y amigos, a escuchar música mexicana popular, ejecutada por el Conjunto Ensoñación en la Fonda Acá Deste Lado. Fue un proyecto compartido donde al final quedamos Graciela y yo; la fonda se ubicaba en Padre Mier 619, frente a la Plaza de la Purísima. En el programa se lee lo siguiente:

“El Grupo Ensoñación en la actualidad se ha encargado- quizá sin proponérselo- de la manutención de versos, notas y melodías que hoy podemos conocer muchos y disfrutar todos hasta la última célula. Con su expresión musical, son capaces de arrancar alaridos, estremecimientos, gritos de júbilo y, ¿por qué no?, de dolor, a veces. Así lo han hecho por muchos años en las calles y avenidas oscuras de esta ciudad de Monterrey y sobre todo en las cantinas como El Ranas Bar, El Generoso, El Pezina y otros, donde pululan obreros, albañiles, prostitutas, vendedores ambulantes, y de vez en cuando se resguardan magnates, y burócratas. En sí, todas las caras posibles de encontrarse en una población».