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Cuando una marca titubea: 10 años del Corona Capital

Hace unos días se publicó el cartel de la décima edición del festival Corona Capital y, para no variar, su curaduría generó tanto aplausos como reclamos. Sin embargo, más allá de caer en la discusión superficial sobre si está “buena” o no la propuesta, a 10 años de historia valdría la pena reflexionar sobre algunas cuestiones a su alrededor.

El Corona Capital es uno de los festivales más importantes del país. Con cada nueva edición siempre hay detractores, a la vez que otros defienden el hecho de que su fin último es el ofrecer entretenimiento, cuestión que sin duda logra el cartel de este año. Sin embargo, más allá de esas valoraciones que caen en lo subjetivo, y a 10 años de su primera edición, valdría la pena revisar su pertinencia para el contexto de la industria musical tanto mexicana como internacional.

El primer punto, uno que siempre genera controversia, consiste en hablar sobre el cartel. Por más que uno especule sobre los artistas involucrados valdría la pena suponer que los organizadores tienen clara la lógica de sus decisiones, pues su curaduría no es algo que se realice de manera improvisada, sino con meses de planeación y gestión (y bajo la presión de compromisos con agencias internacionales, cabe mencionar). Pero el Corona Capital cumple una década. ¿Valdría la pena esperar algo especial? Este año aparecen varios artistas que se han presentado en ediciones anteriores, incluyendo a Interpol y Two Door Cinema Club, quienes participaron en el primer año del festival. Sin embargo, se percibe una situación similar a cuando se lanzó el cartel de los 20 años del Vive Latino: aparecen muchos artistas “de casa”, pero el discurso a su alrededor no destaca la intención de hacer una revisión histórica, por lo que la oferta para muchos se percibió como tibia, e incluso obsoleta.

Pero si al cumplir 10 años la promotora no destaca el discurso histórico, ¿entonces podríamos afirmar que el cartel plantea una propuesta que compite desde el presente? Al revisar los headliners vuelve a sentirse tibio. Se percibe como un festival “que se fue a la segura”, incluso para su propia historia como supuesto radar de tendencias globales “alternativas” (si por alternativo tomamos a aquellos exponentes que en el mundo son considerados “pop”, pero que en México preferimos etiquetar como “rock” o “electrónica”). Claro, nombres como Billie Eilish, Flume, Years & Years y Sofi Tukker refrescan el cartel, pero a botepronto el cúmulo de artistas se percibe como la celebración de los 15 años del lanzamiento de la campaña “Indie Exposure” de Universal (aquella que incluía nombres como Keane, The Killers, Snow Patrol, Scissor Sisters, y The Hives, marcando así el antecedente del target al que apelaría el Corona Capital pocos años después).

Obviamente de la mitad para abajo hay una apuesta por talentos emergentes, pero son los headliners los que marcan la declaración de principios e identidad de un festival. Sin duda no se trata de caridad, el fin último es vender entradas, y los artistas estelares lo hacen, pero hay otros “más recientes” que también pueden hacerlo. De esta manera, tras una década, el Corona Capital reconoce implícitamente su historia, pero no la enaltece, a la vez que coquetea con nombres nuevos (que también venden), pero que son rápidamente opacados por artistas que a estas alturas podrían tener código postal mexicano y recibir correos del SAT.

Hablemos ahora de la marca “Corona Capital”. Surgió, como ya dije, como un festival que buscaba capitalizar tendencias internacionales (al punto que con el tiempo decidió eliminar la participación de artistas mexicanos). Sin embargo, otros festivales han tomado la batuta en cuanto a “propuestas de avanzada” en la curaduría de sus carteles, como el NRMAL (que si bien es menos “comercial”, no olvidemos que apostó de manera anticipada a artistas como Grimes, Kelela y Phantogram, quienes apelan al target del Corona Capital), y el Ceremonia (que se ha perfilado como el heredero de la identidad original del Corona Capital, incluso por incorporar talento local). También están Bahidorá, Akamba y otros festivales boutique. Y si bien cada uno de ellos contempla aspectos que le distingue del resto, es innegable que comparten un “pool” de imaginarios y escenas internacionales de referencia.

Ante la diversificación de la oferta de festivales, que el Corona Capital muestre un aumento en sus cifras (ya sea de ganancias o de asistencia) no significa que como marca tenga mayor solidez o prestigio. Una parte tiene que ver con la masificación, sin duda, pues difícilmente el Corona Capital podría seguir siendo de nicho. Pero revisando su presente,sobre todo con respecto al contexto nacional e internacional, el festival se percibe como el Hewlett Packard o el Volkswagen de los festivales de corte “anglo”: es el viejo confiable, incluso implica una tradición para muchos, pero está lejos de ser tan interesante como hace unos años. ¿El festival vende? ¡Claro, y mucho! Válida justificación para OCESA. Pero si bien pareciera que se construye desde un discurso de autenticidad y distinción, con este cartel sus prácticas se acercan más a las de Kiss FM o Radio Disney de lo que muchos pensarían.

Sorprende, eso sí, que del total de artistas del festival (56), el 40% contemple proyectos que incluyen o son lidereados por mujeres (23, si mis cuentas no fallan). Sin embargo, si bien pareciera indicio de una sensibilización por parte de la oficina del festival ante el hecho de que las mujeres dominan la industria musical global, no nos engañemos, los festivales siguen mostrando renuencia a su visibilización como headliners. Esto no es ajeno al Corona Capital, pues salvo Billie Eilish, no hay headliners con mujeres, y en el cartel los siguientes proyectos que incorporan o son liderados por alguna aparecen hasta el lugar 13 (B-52’s), el 15 (Sofi Tukker) y el 17 (Cat Power). Sí, no es obligación del festival incorporar a mujeres, pero ante el hecho de que algunos de los nombres más importantes de la industria actualmente lo son, vale la pena destacar este detalle.

Otra cosa que llama la atención ha sido que, en contraste con festivales internacionales, hay una ausencia de rap -y ahora trap- en general en la historia del festival. Esto podría pasar desapercibido de no ser porque otra oficina de OCESA, aquella encargada del Vive Latino, también ha mostrado cierta… ¿cautela? ante el auge nacional e internacional de géneros “urbanos”. Se podría justificar la ausencia partiendo de la idea de que el festival está dedicado al rock y a la electrónica, y que por lo tanto el público no recibiría positivamente otros estilos. ¿Kanye, Beyoncé o Kendrick, entre muchos otros, no apelarían al público del festival? Obviamente sí. Y bueno, Khalid y Run the Jewels, entre otros, han participado en el mismo. Sin embargo, llama la atención que hay cierto tipo de evasión implícita en los estilos musicales urbanos por parte de OCESA. En cuanto a los nombres más importantes del rap internacional podría tratarse de mero tema económico, ¿tal vez no les alcanza?, pero la consonancia del fenómeno con el Vive Latino hace pensar que se trata más de un tema de los organizadores que de costos o del gusto del público.

Todo esto me lleva a un último punto que quiero tratar, algo que atraviesa a toda la industria del entretenimiento en México: el adultocentrismo. No me malentiendan, el cartel se me hace atractivo, e incluso cuando se anunció varios de mis contactos en redes sociales estaban extasiados: “a este seguro voy, reconozco la mayoría de los nombres”. Pero fue justo eso lo que llamó mi atención: es un festival chavorruco (ojo, nada malo en ello). Tanto el Corona Capital como el Vive Latino surgieron como oferta para jóvenes en una ciudad que los ha tenido bastante castigados (pensemos que la mayoría de las tocadas son ya entrada la noche, y que los foros suelen tener costos y dinámicas que limitan el acceso y/o desplazamiento de adolescentes y adultos jóvenes sin coche). Y si bien los precios de los boletos de los festivales podrían considerarse elevados, justificando la programación “para treintañeros”, su expectativa año con año abre la posibilidad de que los más jóvenes ahorren durante varios meses, mientras que los horarios y pactos con el gobierno de la ciudad de México facilitan el desplazamiento de los asistentes al extender los horarios de transporte y seguridad. A su modo el festival fue una conquista “alternativa” para el sector juvenil, pero tal como ocurrió con el INJUVE poniendo a los Pixies y a Maldita Vecindad como headliners de la, irónicamente, Semana de las Juventudes, el Corona Capital se presenta hoy día como un festival chavorruco. ¿Los más jóvenes van a ir y se la van a pasar bien? ¡Claro! Pero ese no es el punto.

En fin, hay múltiples cosas para profundizar en cada tema, pero aquí no da espacio, y al final del día mucho de lo que planteo no importa, “pues está chido el cartel y un festival es para pasársela bien”. Sin duda. Pero eso no exime al Corona Capital de recibir críticas -que no criticonerías- con respecto a su propuesta. Hablamos de un festival de talla internacional, el cual se desarrolla en un espacio concesionado y que recibe apoyo logístico del gobierno de la ciudad para llevarse a cabo, impactando en la zona de múltiples formas tanto positivas como negativas. A 10 años de historia, el Corona Capital es tanto negocio como una oferta de entretenimiento y expresiones culturales, por lo que lo menos que podemos hacer es valorarlo críticamente.