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David Cortés: Detenerse a observar la vida al lado de la carretera

David Cortés Arce, colaborador de La Zona Sucia, acaba de editar Escritos en el tiempo, libro que condensa 30 años de trayectoria en el periodismo musical.

“La vida es una supercarretera. Se viaja a gran velocidad, se llega rápido, como de rayo a la meta –si ésta existe-, pero se pierde detalle”, se trata de todo un rush de sabiduría existencial que parece diseñado para el día de hoy, pero David Cortés lo escribió durante 1999, después de que Molotov editara Apocalypshit –su segundo álbum-.

Y es que tal aseveración trasciende lo estrictamente musical; ese es el verdadero sentido del periodismo que se realiza entorno y a propósito de esta forma de arte. Y David es un atento observador, aferrado a irreductibles principios éticos para la profesión –lo que no es tan frecuente en nuestro medio-.

Hemos compartido aventuras en diversos espacios; abriendo brecha al rock latino en La Banda Elástica de Los Ángeles, California; ampliando el efecto de Acento X, el suplemento que Luis Gerardo Salas (Rock 101) concibió para el UnomásUno; disfrutando del gran trabajo editorial que realizó Alonso Arreola para Latinpulse (que auspiciaba Tower Records) y algunos otros proyectos. Ahora fortalecemos nuestros vínculos en La Zona Sucia y la colección Rock Para Leer de la revista Marvin (David hizo el prólogo para The Cure: canciones de cuna para desintegrarse).

Ante la cercanía de la presentación de Escritos en el tiempo (Libros Sampleados/El Otro Rock) en la UANLeer 2020 (el próximo viernes 13) conversamos sin pensar que estábamos titueando –como pretenden los editores millennials-. Nos dimos a la tarea de clavarnos en los intersticios de un libro que condensa más de 30 años de trayectoria; un afán que aglutina el análisis puntual con el fervor que desprenden nuestras más añejas pasiones.

De mi parte suelo mencionar una canción de The Who y la lectura de De perfil –la novela de José Agustín- como un punto de inflexión en mi relación con el rock. Ahí se desató una fascinación total; ¿cuáles fueron esos momentos o esas obras que comprometieron tu relación con el rock, que provocaron un vínculo irremediable?

En mi caso, el germen de la fascinación comenzó con las portadas de las revistas y algunos discos de rock que escuchaba en la casa de unos primos que eran mayores. Las primeras eran portadas de POP y México Canta, que veía en puestos de periódicos; pero la que me hizo un fuerte click fue la cubierta de una publicación llamada Sucesos para todos que traía una foto de Avándaro con unos colores chillantes, fluorescentes, lo suficientemente atractivos para despertar la curiosidad de un chico de 10 años.

Mi primer disco fue, ya adentrándome un poquito en el gusto, aunque sin saber hacia dónde dirigirme: Welcome to my Nightmare de Alice Cooper y luego Young Americans de David Bowie. El empujón definitivo fue la aparición de Conecte y los textos que escribía Walter Schmidt. Uno en particular fue mi perdición: la reseña de un disco de Magma. Corrí a comprarlo y lo puse en el tornamesa. No supe qué hacer, si devolverlo, rayarlo o tirarlo. Me tardé unos cinco o seis meses en entenderlo y ahora es una de mis bandas favoritas. Ese fue el momento cuando se dio esa relación, que bien llamas, irremediable.

Perteneces a un sector del periodismo y la crítica que se preocupa por leer puntualmente a las grandes plumas de la materia. Ahí están Lester Bangs, Greil Marcus y, más recientemente, Simon Reynolds, entre otros. ¿Cuál de ellos es tu preferido y de qué manera ha influido en tu propia escritura?

Sí, he leído a todos los que mencionas de manera puntual, pero con Lester Bangs nunca tuve empatía. Cuando él escribía acerca de rock europeo, que era lo que me interesaba cuando lo descubrí, sus juicios me parecían desatinados, no entendía que eran cosmovisiones diferentes y juzgaba a veces únicamente a partir del blues. Un texto que me marcó más por las posibilidades que me abrió fue Jimi Hendrix & The Post-War Rock ‘N’ Roll Revolution de Charle Shaar Murray. Me abrió ventanas para mirar las cosas de manera diferente, me advirtió de una metodología, de maneras de investigar. Pero mis influencias son fuera del rock y una de ellas, la principal, es Roland Barthes; su forma de escribir, cada frase cual si fuera un haikú, sí que me impactó. Después descubrí que por más que quieras imitar, siempre terminas siendo tu mismo, así que dejé que mi yo saliera.

«Un texto que me marcó más por las posibilidades que me abrió fue ‘Jimi Hendrix & The Post-War Rock ‘N’ Roll Revolution’ de Charle Shaar Murray. Me abrió ventanas para mirar las cosas de manera diferente, me advirtió de una metodología, de maneras de investigar»

Se ha insistido en la separación del periodista y la figura del fan; a través de los años has cultivado una gran pasión por John Zorn y King Crimson. ¿En algún momento ambas facetas se mezclan? ¿Cómo lo has manejado? ¿Es válido?

John Zorn, King Crimson, el Krautrock, Magma, Decibel, Miles Davis, Rock en Oposición… sí, esas son como mis principales obsesiones y, como tales, regreso a ellas con frecuencia. Seguro que las facetas del periodista y el fan se mezclan, pero no al grado de nublar el juicio. Es curioso, pero tal vez de lo que más he escrito de aquellos que te acabo de mencionar sean Decibel (con cuyos integrantes son los únicos con los que mantengo un trato cercano), el krautrock y el rock en oposición. Trato de que no aparezcan con frecuencia como tema de mis escritos, pero en el caso de Zorn es difícil pues es bastante prolífico; de Magma  he escrito tres, máximo cuatro textos a lo largo de mi carrera y de Miles Davis habrá unos dos, tal vez tres. 

Hay temas más preocupantes que la separación periodista-fan: la corrección al escribir, la creación de las agendas: ¿quién las decide? El periodista musical ¿es un ente activo o ha pasado a ser un publirrelacionista disfrazado?, ¿el periodista musical está a la par de quienes cubren la sección de cultura o sigue viéndosele como alguien sin preparación adecuada? Eso y otros temas me preocupan más que si ahora son fans y periodistas a la vez.

¿De entre los géneros periodísticos que aparecen en el libro, habrá uno en el que te sientas más cómodo o en el que creas que has plasmado con mayor precisión tu discurso?

Se me facilita más la semblanza, entreverada con la reseña. Es algo que he hecho mucho y acerca de si allí he plasmado con mayor precisión mi discurso, eso le toca a mis, a los lectores decidirlo. Tampoco creo haber descubierto el agua tibia, pero mi apuesta ha sido clara desde el principio y se mantiene inamovible. El underground me sigue pareciendo fascinante.

Has estado activo durante varias décadas y viviste la época de oro de las discográficas, sus grandes presupuestos y lujos; ahora nos encontramos ante una precarización del oficio. ¿De alguna manera esa transición también se refleja en tu libro?

Salvo por el hecho de que aparecen textos que ya se publicaron únicamente en internet, no hay otra señal de esa precarización del oficio. Creo que esa transición se verá reflejada en un libro de próxima aparición coordinado por Alejandro González Castillo y un servidor en donde recopilamos algunas de las ponencias del Seminario de rock y periodismo musical que ambos organizamos y celebrado en el Multiforo Alicia. Allí están reunidos periodistas, entre ellos tú, que han trabajado desde fines de los sesenta, hasta aquellos que lo hicieron de 2010 a 2015.

¿A qué se debe que no tengamos noticias de que también escribas ficción? ¿En algún momento tocaste –al estilo de Sergio González Rodríguez en Enigma?

Tengo un par de novelas terminadas, pero no hemos encontrado el momento para que vean la luz. Si bien no soy un escritor prolífico, creo, tampoco puedo poner a circular un par de títulos al mismo tiempo, así que han tenido que esperar. Y de tocar, lo intenté hace mil años con la guitarra, pero debo reconocer que ni fui paciente, ni disciplinado… pero nunca es tarde.

«Creo que es un momento muy interesante para estar al pendiente de la escena nacional y latinoamericana. Esa es una preocupación que el periodista musical debe atender, vigilar, seguir, reportar su escena y no estar únicamente pendiente de lo que pasa en el extranjero»

En este libro, que es una muestra representativa de tu carrera, apuestas por una editorial independiente. ¿A qué se debe tal decisión? ¿Algún sello grande, por ejemplo, el que edita al Sr. González, no se ha acercado para hacerte una oferta?

No, ni los he buscado. Al final me he dado cuenta que estar en un sello grande puede generar un poco más de glamour (o demasiado), pero al no ser un big leaguer, la atención que me darían luego del lanzamiento, sería nula.

Ahí están los medios que ya no quieren pagar, el recurso fácil de tirar de los becarios, los portales llenos de opiniones a bote pronto y sin sustento y la casi desaparición de proyectos serios. ¿En algún momento crees que el periodismo musical consiga levantar o la situación ya es irrecuperable?

Ojalá levante, pero en esta ecuación que has mencionado falta un elemento que me parece fundamental: los lectores. Son ellos los que propician la existencia de espacios y publicaciones. En Inglaterra han desaparecido periódicos, tabloides, pero las revistas dan la batalla, aún resisten: Mojo, Uncut, Wire, etc., lo hacen porque aún hay gente interesada en informarse. Y porque una de sus entrevistas casi se lleva el espacio que aquí ocupa una de las revistas que todavía quedan.

El artículo final del libro arroja una sentencia tremenda: “La historia del rock está llena de injusticas” y la aplicas a Botellita de Jerez, pero no es el único caso. ¿Esa frase podría ser el hilo conductor del rock nacional?

La frase en realidad la dice el Sr. González, pero la suscribo totalmente. Sí, puede ser incluso el leit motiv del rock mexicano, pero desde que el rock se volvió mercancía, prácticamente desde sus inicios, eso ha pasado y no solo en México, sino en todo el mundo. Quienes estamos inmersos en este mundo, sabemos la abundancia de estas injusticias que surgen a partir del sistema de creación, distribución y consumo del mismo. ¿Cuántas bandas pasaron desapercibidas porque The Beatles acapararon la difusión?, ¿cuántas de ellas eran mejores que ellos? Scorpions es conocido en todo el orbe, pero a bandas como Can, Faust o incluso Kraftwerk, les tomó mucho más tiempo llegar al mainstream —bueno Faust aún no ha llegado— a pesar de haber logrado contribuciones más interesantes a la música de rock.

Si nos asomamos al panorama internacional, hay bastantes músicos informados, que se preocupan por saber de arte, política y sociedad. Gente como Nick Cave se muestran muy interesantes. ¿Por qué será que en la caballada anda tan flaca en México? Parece que el Latinoamérica hay más figuras de donde tirar.

Tal vez haya más figuras de dónde tirar en Latinoamérica porque tenemos más problemas y eso nos hace ser más receptivos frente al entorno. No sé, es una respuesta que requiere tiempo para pensarse. Lo que sí creo, es que este es un momento muy interesante para estar al pendiente de la escena nacional y latinoamericana. Esa es una preocupación que el periodista musical debe atender, vigilar, seguir, reportar su escena y no estar únicamente pendiente de lo que pasa en el extranjero. Esa es una de las injusticias de nuestra escena del rock. La gente sabe más de una banda de Arkansas o Alabama, pero no de sus grupos locales; se paga por un concierto de una banda foránea una gran cantidad de dinero, pero no quieren pagar 100 pesos por ver a varias bandas nacionales. 100 PESOS por VARIAS BANDAS NACIONALES. ¿Eso es justo?