Soy de una generación que descubrimos mucha música y a muchos artistas a través de la radio. Así te conocí. Fue en un programa llamado “Música, poemas y canto nuevo” transmitido por la estación del gobierno de la ciudad. Era el único programa de radio donde podía haber escuchado tus canciones. Poco a poco te fuiste haciendo compañero rutinario de mis días. Primero como un amigo que camina contigo. En el trayecto que tenía que hacer a la universidad, el cual duraba más de una hora, muchas veces me acompañaste con tu música. A través de tus canciones, y las de otros, fui descubriendo que la palabra bien usada en una canción puede ser muy poderosa. Apenas rondaba los 18 años, pero entendía lo que decías, como ese enorme tratado en forma de canción que es «La belleza». Debo decir que con una de tus canciones descubrí la palabra “concupiscencia”.
Pero las canciones no solo acompañan, sobre todo las tuyas. No sé si lo sepas, porque luego es muy difícil que uno reconozca la relevancia de sus propias canciones, pero tus composiciones también consuelan, abrazan y van contigo aún cuando sabes que te encuentras en el sótano de las emociones. Contigo encontré una frase lapidaria: “tan terrible es el odio que ni te atreves a mostrarme tu desprecio”. Cuando la escuché tenía el corazón hecho pedazos y esta frase vino a decirme que las cosas no serían color de rosa, que donde existe el amor existe el dolor también y por primera vez entendí que el mundo puede resultar absurdo si uno no lo entiende. Y eso es la vida también, todo eso que no entendemos. Cada vez que se hacía una grieta más en ese corazón astillado, me agarraba a tus canciones y las mordía tan fuerte como cuando ponen alcohol en la herida del herido. Pero al final ese ardor lo que hace es cicatrizar. Eso, tus canciones ayudan a cicatrizar el corazón.
«Tus composiciones también consuelan, abrazan y van contigo aún cuando sabes que te encuentras en el sótano de las emociones«
Todos esos años estuviste conmigo; después nos distanciamos, pero nunca nos olvidamos. No era necesario escucharte a diario para saber lo importante que eran tus canciones en mi vida. Solo tomamos algo de distancia sana. De vez en cuando te visito, por puro gusto, ni siquiera es por nostalgia. Tampoco es por conveniencia. Es decir, no vuelvo a tus canciones solo cuando necesito consuelo. Vuelvo a ellas por puro gusto, y además, con alevosía. No vuelvo para recordar momentos, vuelvo a ellas para escucharte y escuchar la palabra. Sin embargo, hoy vuelvo para despedirte como se merece: escuchando tus canciones. Esta mañana me he enterado que has partido, que te has ido del mundo terrenal y es imposible no entristecerse. Hay quienes piensan que es ridículo sentirse así con alguien que no conociste. Y sí, tal vez en persona nunca nos conocimos, aunque siempre que veía tu foto en La Tumba, el bar del Pájaro Treviño, pensaba en cómo sería platicar contigo. Nunca lo hice, nunca platiqué contigo. Y sin embargo, me has acompañado en una parte considerable de mi vida. No, no es ridículo. La música también se agradece.
Cuando sentiste que el universo se te había derrumbado, y que bebías uno de los tragos más amargos de la vida, le escribiste una canción a Peter Gabriel para agradecerle por haber compuesto “Don’t Give Up” porque esa canción te salvó de la desesperación. Y no solo le agradeces, sino que le avisas que debes esa canción, la tuya, a él. Yo te debo muchas canciones, querido Aute, te debo mucha calma cuando los tornados emocionales pasaron por aquí. Dear Aute, gracias por la canción, esa que acompaña, esa que consuela, esa que cicatriza el corazón. Hasta siempre.