Rutas de canciones

El cantante de la Piazza Navona

El músico estaba sentado sobre un pequeño banco, en un espacio desierto de la plaza, tocando como si no hubiera nadie a su alrededor: como si su atención estuviera en sus adentros, en un universo o infierno interno, y no en quienes caminábamos por ahí…

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Llegamos a la Piazza Navona en Roma una tarde de verano en la que la gente aprovechaba el buen clima para beber algo en las mesas apostadas afuera de los bares y restaurantes. Esta plaza tiene cuatro fuentes que son parte de andarla porque cada una tiene su propia historia, yo me senté en la de “Cuatro Ríos”, fuente que está ubicada al mero centro y en la cual las cuatro estatuas que están en ella representan a los cuatro ríos más importantes de la época: el Nilo, el Ganges, el Danubio y el Rio de la Plata. Me senté ahí para escuchar a un músico callejero. No era algo sorpresivo si tomamos en cuenta que esta plaza tiene una vida muy bohemia y en la norma encontrar muchos artistas callejeros en ella. Lo que sí era especial era la interpretación del músico con la guitarra. Estaba sentado sobre un pequeño banco, en un espacio desierto de Navona, tocando como si no hubiera nadie a su alrededor, como si su atención estuviera en sus adentros, en un universo o infierno interno y no en quienes caminábamos por ahí.

No tenía intención de detenerme, pero lo hice. Incluso me senté sobre un borde de la fuente quedando de espaldas a él porque no quise entrometerme en su diálogo con la canción. No quería que se diera cuenta que lo observaba y lo escuchaba. Para ese momento nadie estaba detenido escuchándolo, todos pasaban de largo, pero él parecía no darse cuenta. Su cabello oscuro, descuidado y chino dejaba ver algunas canas que no tenían relación con su edad, pues aparentaba no tener más de treinta años. Un pantalón de mezclilla descolorido por el uso y una camiseta a rayas vestían el cuerpo delgado de un hombre que parecía conocer las calles, las esquinas y los cuartos solitarios. Vaya, no se trataba de un tipo en situación de calle en lo absoluto, sino de alguien que ha vivido la calle, que ha bajado al sótano de su propia casa y ha sentido el frío de la madrugada. Solo alguien así podría cantar de esa manera tan sentida. Eso fue lo que me hizo detenerme y escucharlo.

Él tenía los ojos cerrados, miraba hacia adentro, tal vez alguna plaza diferente, una interior que lo hiciera sentir mejor o que lo transportara a algún otro momento. Al final esa es la fuerza de las canciones: viajar a otros lugares y otros momentos. Debo decir que al principio no reconocí la canción, aunque sabía que la había escuchado antes. No es que él la cantara diferente, es que yo no estaba tan relacionado con ella. Su melodía me era muy familiar, pero no podía recordar su nombre ni su autor. Eso me hizo entrar en una nube de ansiedad. Suele ocurrirme cuando hay alguna canción que sé que la conozco, pero no la recuerdo, así que, por miedo a perderme de lo que me tenía ahí sentado, preferí no pensar en la canción y seguir disfrutando de la interpretación del joven italiano. Pocas veces me he conmovido tanto, pero el contexto también influía: estaba en Roma, lejos de casa, entre desconocidos y bajo un manto de nostalgia tan fuerte como el sol que nos abrazaba esa tarde. No sabía a quién le estaba cantando, pero me intrigaba muchísimo saber qué o quién podría provocarle tanto sentimiento. No había más que una guitarra de madera, una canción fuerte y emotiva, y su voz. No hacía falta nada más. 

Pocas veces me he conmovido tanto con una canción, pero el contexto también influía: estaba en Roma, lejos de casa, entre desconocidos y bajo un manto de nostalgia tan fuerte como el sol que nos abrazaba esa tarde.

Un ligero escalofrío recorrió la piel de mis brazos cuando supe de cuál canción se trataba: “Father and son” de Cat Stevens. Un sollozo mudo y la emotividad a tope. Un fragmento de vida sucediendo mientras él canta y yo escucho. 

Stevens compuso esta canción en primera instancia para un musical llamado Revolussia, el cual estaba ambientado en la época de la Revolución Rusa. La historia va de un joven que se quiere unir al ejercito ruso pero su padre se niega a que lo haga, él decide hacerlo aún en contra de la voluntad de su progenitor. Unos meses después Cat es diagnosticado con tuberculosis y el proyecto del musical se viene abajo. Sin embargo, rescatan la canción y la lanzan como un lado b del sencillo “Moon Shadow” en 1970. Quién iba a imaginar en lo que se convertiría esta composición. Pero cuando la vuelven a considerar es necesario actualizarla, entonces ya no tiene que ver con el joven ruso, sino con cualquier joven que vive el conflicto entre soltarse o no de la de su padre. En una entrevista le preguntaron a Stevens si esta canción era autobiográfica, y él respondió que nunca se había entendido bien con su papá, pero que aún con todo siempre lo había dejado hacer lo que el quería, y ese es el punto neurálgico del tema: decidir entre romper o no con el lazo paterno cuando se decide comenzar un camino a cuenta propia y bajo decisiones propias.

¿Quién era el cantante de la Plaza Navona, el padre o el hijo? ¿Sus propias decisiones lo habrían llevado ahí? O tal vez le estaría cantando a su hijo: “Aún eres joven y ese es tu defecto. Aún hay tantas cosas que debes saber”. O tal vez sea el hijo cantándole a algún padre lejano: “Sé que tengo que irme”. Ambas tienen lugar cuando el mismo autor ha contado que para componerla tuvo que ponerse en ambos lados: en el del padre y el del hijo. Las palabras, la historia que cuenta y la emotividad es lo que hace conectar en lo más profundo de sus sentimientos a muchas personas. No es una canción que tenga un coro explosivo porque toda la composición es en sí un coro en el que prácticamente la melodía va y viene sin muchos cambios todo el tiempo. Así de poderosa es que no necesita tantos artilugios para decirnos algo. 

Cuando el joven cantante terminó de interpretar el tema, caminé unos pasos en sentido contrario a él. Me alejé. Pero algo me decía que tenía que volver y decirle algo; mínimo agradecerle por la interpretación. Solo que cuando decidí volver y acercarme, ya no estaba ahí. Miré en todas las direcciones para encontrarlo, pero no fue posible, había desaparecido. Desde ese día, cada vez que escucho «Father and Son», rápido me viene a la mente este artista callejero, y es gracias a él que esta canción me sigue conmoviendo cada vez que la escucho. 

Dicen que todos los caminos conducen a Roma. A mi es una canción la que siempre me lleva a esta ciudad, y al cantante de la Piazza Navona.