Gorilas en la niebla

Elecciones y periodismo gonzo

Domingo 1 de julio de 2018. Nuevo León. La votante anula su propio voto, registra literariamente el hecho, y la Comisión Estatal Electoral va a elegir meses más tarde su testimonio como el que se merece el primer premio en su segundo concurso de crónicas y relatos. ¿Paradoja? ¿Ironía? ¿Sarcasmo institucional?

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OPINIÓN

Domingo 1 de julio de 2018. Nuevo León.  La votante anula su propio voto, registra literariamente el hecho, y la Comisión Estatal Electoral de Nuevo León va a elegir meses más tarde su testimonio como el que se merece el primer premio en su segundo concurso de crónicas y relatos. ¿Paradoja? ¿Ironía? ¿Sarcasmo institucional? 

El hecho: de ese proceso electoral surge un Presidente que años antes había mandado al diablo las instituciones. Somos una sociedad de paradojas, consentida por los surrealistas: refugio de Bretón, de Jodorowsky y de Buñuel.

Las campañas electorales en nuestro país tienen un cierto toque de magia. A base de insistencia, se empeñan en convencernos de que el voto es la expresión non plus ultra de la democracia, un ejercicio del criterio y casi un producto de nuestra voluntad. Si lo pensamos con cierta calma y lo vemos en retrospectiva, nos será fácil anotar que la democracia es hoy un animal de muchos rostros, cambiante, metamórfico, y el criterio puede inducirnos o no a votar, en tanto que nuestra voluntad no tiene nada que ver con el sistema electoral. El sistema electoral que compartimos proviene de un proceso histórico que jamás nos pidió permiso para estar ahí.

En síntesis: las campañas electorales en los los últimos años están compuestas por una carga de intereses en los que el ciudadano opera como objeto y no como sujeto, sus opciones están limitadas por marcas a las que llamamos partidos o movimientos, y lamentablemente solo se llama al ciudadano para legitimar a los candidatos ya elegidos por los verdaderos electores que son los miembros del partido, pero, ojo, nunca se nos llama a exigirles cuentas, ratificarlos o solicitar su renuncia.

O sea, en pocas palabras: las elecciones son algo así como una maquinaria a través de la cual alguien que ya tiene nexos de hecho con el poder legaliza (es decir: legitima) esos nexos, y pasa así a formar parte de una nómina que le permite aspirar a mezclarse, integrarse a la clase política, e incluso permanecer en ella.

Las elecciones exigen a los candidatos asolearse, escuchar a la gente, tocar puertas y fotografiarse con ancianas y niños a lo largo de la campaña. Pero la compensación viene después, cuando el sueldo nominal se enriquece con comodidades, favores y sobre todo nuevas amistades, sobre todo las que provienen del ámbito empresarial. Las asoleadas entonces terminan, se vuelven leyenda, y llega el momento de las corbatas de seda y las etílicas cenas de negocios.

Por todo ello, la resistencia callada, discreta e intelectual es una opción interesante para el ciudadano de a pie. Esa discreta oposición es, digamos, una manera muy francesa, sartreana, de enfrentar este simulacro de elección, que no da al ciudadano por cierto la posibilidad de la elección. Esa es la oposición por la que ha optado Lorena Sanmillán, escritora.

Es quizá por algunas de estas razones que su relato fue señalado como valioso en esta convocatoria de la Comisión Estatal Electoral Nuevo León, porque en su trayecto se nos dibuja al ciudadano que mira a las elecciones como un juego esquizofrénico, que es suyo y al mismo tiempo ajeno, un proceso que lo implica y lo deja afuera, que le abre las puertas para negarle el paso.  Así, la participación de Sanmillán cumple una función poética no sólo importante sino importantísima: es un manifiesto de toda esa gente que no tiene más remedio que participar, pero sabe que lo cierto es que este juego ya tiene ganadores desde antes de comenzar. 

La autora, inteligente, hábil, maliciosa, muestra una rebeldía solitaria, callada y plenamente intelectual. A la manera del periodismo gonzo, Sanmillán se deja llevar por la turbulencia de la circunstancia, y sin volverse cómplice, participa activamente convirtiéndose en una secreta bomba de tiempo. Ahora, tenemos en la mesa un testimonio ferviente y claro de que la democracia, nuestra democracia, es la propiedad de unos cuantos, y al final lo que tenemos es una especie de competencia de popularidad, en cuyos engranes no participa el pensamiento político sino la simpatía, el momento publicitario y a veces el rencor largamente acumulado.


Texto leído durante la presentación del libro: Crónicas y relatos del proceso electoral 2017-2018 editado por la Comisión Estatal Electoral Nuevo León. Casa Universitaria del Libro. UANL. Monterrey, 27 de junio, 2019.