Fede Schmucler ha picado piedra en diferentes agrupaciones, entre ellas la banda de Rafael Catana (Bandidos) y Klezmerson; sin embargo, su ambición por hacer su propio disco finalmente cristalizó en La libertad, una placa cuya circulación comenzó hace poco firmada por Los Increíbles Rufianes (Gustavo Nandayapa, batería; Mike Sandoval, bajo; Schmucler, guitarra, voz), con colaboraciones de Leika Mochán, Daniel Zlotnik y Juan Martín, todo bajo la producción de Camilo Froideval.
La libertad abre con “Donde no hay caminos” y en ésta, lo primero en escucharse es una señal de teletipo, un ligero llamado de atención para dejarse atrapar por lo que vendrá. Schmucler nació en México, lleva años viviendo en este país, pero la carga genética que fluye por su sangre no puede obviarse y tampoco la tradición cultural (pasó su infancia en Argentina) y éstas afloran en la forma en la cual se articula su voz y que aquí nos recuerda por momentos a Luis Alberto Spinetta.
Al guitarrista le gustan las historias, algo que también circula en su ADN y “Matías” (potente, energética, al final con un arreglo de metales para imprimir más intensidad) es una muestra de ello; además, también sabe aplicarse al momento de los solos y éstos son justos, a la medida de la canción, sin filigrana ni alardes de virtuosismo.
Él y sus acompañantes conocen de la suavidad, de cómo mecerte con una canción. Un ejemplo es “Los justos”, composición salpicada brevemente con unas notas lounge del teclado y una guitarra que trae tierra del desierto (con referentes en Calexico), pero también de la pampa. En “La libertad”, una composición más dinámica, con más energía rockera, no deja de aflorar esa cadencia, ese suave acompañamiento teñido de pop rock y que permea, cual si fuera el registro de la casa, la mayoría de estas canciones.
“Onvre” es acústica, con la fogata calentando, la noche cayendo, las estrellas que se asoman y una pedal steel guitar quejumbrosa que en realidad pide ayuda a los otros instrumentos para construir un canto, casi un himno a la soledad, cual si fuera un lamento.
“Estambul”, como “Los justos”, envía un telegrama al pasado y aquí es inevitable tomar como referente a Invisible y su Durazno sangrando; pero esto no deja de ser un flashazo porque los tonos de pop y sicodelia nos devuelven al presente para luego adentrarnos en los vericuetos del folk por la vía de “Vals del exilio” con un solo de guitarra, terso, por debajo de la sección rítmica, como una pluma que acaricia, levita, vuela al impulso del aire y se eleva más adelante para posicionarse en un primer plano, cerrar la puerta y abrirse a una nueva vida.
Concebido como un todo, un viaje en el que sí, tal vez puedan hacerse pausas, pero es mejor completar de un tirón, La libertad cierra con “Samba del Olvido”, el crepúsculo, la caída del día, dar la espalda a lo malo, lo negativo, despedirse para abrirse: “Galopa y llévame lejos / que olvide que soy su dueño / Vereda de mis amores / reposa en el vado seco / déjame retomo el aire / antes que redoble el alba”.
Este disco se fraguó antes de los tiempos pandémicos, pero sus tonos, sus líricas, se ajustan al presente. Afortunadamente no se queda allí, trascienden ese estado para convertirse en un anuncio de que sobreviviremos, porque al final del trayecto se insinúa esa luz tenue, apenas discernible, pero suficiente para llegar al otro lado.