Domingo

| Memorias, historias y crónicas

No soy regio, pero Celso Piña está con madre

En 2001 era un chilango que comenzaba a descubrir el punk rock y estudiaba la secundaria, en Santa Catarina, Nuevo León. Mi adaptación al ambiente norestense fue difícil; la cumbia colombiana y el paseo vallenato dominaban esa zona conurbada de la Ciudad de las Montañas. Ahí conocí la música de Celso Piña.

POR:
celso piña

Uno

Gracias a Celso Piña “El Rebelde del Acordeón” entendí que la música es universal, que las etiquetas son algo estúpido. Sucedió en 2001 estudiando la secundaria, en una escuela de Gobierno ubicada en Santa Catarina, Nuevo León. Ahí yo era un chilango que hablaba cantadito, que comenzaba a descubrir el punk rock para sentirse diferente. Por lo mismo, mi adaptación al ambiente norestense fue difícil; la cumbia colombiana y el paseo vallenato dominaban esa zona conurbada de la Ciudad de las Montañas.

No lo sabía y en Nuevo León existía un submundo que inició entre 1960-1970. En esa década comenzaron a coleccionarse vinilos, con mayor índice en la popular colonia Independencia, y en el Cerro de la Campana, de donde salieron Celso y otros cantantes, músicos y sonideros. Igualmente se desarrolló una estética llamativa al vestir, como cholos-tropicales por las camisas floreadas, el cabello relamido de gel, los pantalones anchos, los tenis Converse y los escapularios colgando de sus cuellos. Las canciones se rebajaban sin quererlo ni desearlo: pasaba eso por el inaguantable calor regiomontano (las revoluciones por minuto de los tocadiscos disminuían y el sonido se alentaba de una forma muy marihuana); terminó gustándole a la gente de a pie. Y, a consecuencia del fenómeno socio-musical que abanderó El Rebelde del Acordeón hasta hace algunos días, influyó para que existieran estaciones de radio especializadas en los ritmos sabaneros; por ejemplo la 1420 XEH-AM.

Dos

El año y medio que estuve en la secundaria Raúl Rangel Frías Número 1 nunca me identifiqué con lo que se vivía y respiraba. Me preguntaban a qué pandilla pertenecía, que si tiraba trinche pa’ arriba o trinche pa’ abajo, que si era de los Símbolo Star o los Símbolo 1. Como les expresaba que no era nada y tampoco me juntaba con alguien en específico, decían que era satánico y raro por las bandas que escuchaba, aun cuando nunca juzgué sus gustos e intereses ligados a la música tropical, y en cambio me importaba lo que hacían y hablaban algunos cuantos.

Todos en la escuela eran cumbiamberos y los de mi salón –incluidos maestros, como el calvo que nos daba Física– me decían despectivamente “El Chila”. Odiaba que me llamaran así, porque siempre soltaban ese apodo en son de burla. Lo sabían Dante y El Beatle, con quienes solía sentarme en la parte trasera del aula. Disfrutaba escucharlos decir frases de la película Sangre por sangre (1993). Ellos –los únicos que me decían Yair– me hablaron de ese largometraje chicano. Incluso, Dante y El Beatle me mostraron afecto dentro y fuera del plantel escolar. Emocionaba verlos bailar mi única referencia de la cumbia neolonesa, el “Chuntaro style”. Lo hacían en los bailes de secundaria que se organizaban en fechas como el Día de San Valentín o el Día del Niño.En una de esas celebraciones me mencionaron a Celso Piña, a aquel músico nacido en 1953, quien aprendió a tocar por su propia cuenta un acordeón, ya que lo traía en la sangre; varios de sus familiares eran músicos. Gracias a mis dos personas más cercanas en esa época oí el tema “La manda”, entre otros más ochenteros y noventeros. Eso fue antes de que su álbum Barrio bravo (2001) retumbara por todo el país y el extranjero, a consecuencia de las colaboraciones que tuvo con integrantes de Control Machete, Café Tacuba, Resorte, Santa Sabina, King Chango, El Gran Silencio, Bronco y La Firma.

Durante el año y medio que estuve en la secundaria Raúl Rangel Frías Número 1 nunca me identifiqué con lo que se vivía y respiraba. Me preguntaban a qué pandilla pertenecía, que si tiraba trinche pa’ arriba o trinche pa’ abajo. Hasta decían que era satánico y raro, aun cuando nunca juzgué sus gustos e intereses ligados a la música tropical, y en cambio me interesaba por lo que veía y me hablaban algunos cuantos.

Como me gustó el ritmo alegre y bailador, después me enteré algunas cosas que llamaron más mi atención por El Rebelde del Acordeón. Supe que antes de colgarse el acordeón que su papá don Isaac le regaló –con el fin de profesionalizarse en el ambiente musical de la cumbia colombiana y el paseo vallenato–, escuchaba clásicos del rock (The Beatles y Rolling Stones), como también grupos regionales de Monterrey (Los Alegres de Terán). Así, tarde o temprano afinó su oído para no solo cerrarse a un género musical en específico, y logró interpretar a su manera y con su sentimiento más profundo los ritmos predilectos del país cafetalero: puya, son, merengue y paseo.

Tres

Tiempo después de descubrir a Celso Piña, quien también era un gran admirador de Bruce Lee, pude ver el videoclip “Cumbia sobre el río”. Había regresado de la escuela y en MTV apareció El Rebelde del Acordeón caminando por su zona de confort, el Cerro de la Campana; los integrantes de su conjunto, la Ronda Bogotá compuesta por algunos de sus hermanos; Pato, MC de Control Machete; Blanquito Man, vocalista de King Chango; junto con distintos malandros bailando y vistiendo como Dante y El Beatle.

Comencé a entender el asunto de la cumbia colombiana y el paseo vallenato en Nuevo León. Asocié el baile del “Chuntaro style” y las imágenes y el sonido de “Cumbia sobre el río” para darle un paralelismo a los barrios más folclóricos y peligrosos de la región. Sin embargo, seguía siendo extraño e interesante convivir con mis dos compañeros de la escuela a los 13 años; ellos decían ser cholombianos y yo un punk rocker en desarrollo.

También, en los recreos, algunas veces los acompañaba a la parte trasera del plantel. Ahí tenían unas matitas de marihuana y convivían junto a otros güeyes que formaban parte de pandillas, las cuales, en caravana, asistían a tardeadas organizadas en la Fe Music Hall, donde en días domingo se presentaba Celso en medio de riñas cholombianas, con adolescentes de diversos sectores de Nuevo León bailando y luchando por su sinfonía favorita.

Algunas veces hasta yo mismo me preguntaba por qué les caía bien a mis compañeros del  Grupo 3ro-C. No había un lazo de unión como lo es algún grupo musical en esa etapa de la vida, una forma de vestir similar y mis únicas referencias del ritmo tropical parecido al de Celso Piña eran conjuntos chilangos como Cañaveral, Askis, Llayras, Socios del Ritmo o Los Ángeles Azules, cuando todavía era música de “naquitos”.

Cuatro

Gracias a Dante y El Beatle le agarré sabor a la cumbia colombiana y al paseo vallenato. Algunos fines de semana los acompañaba al tianguis del Puente del Papa a que compraran casetes, discos, pantalones Dickies y más. Pero cuando entré a la preparatoria les perdí la pista (supe de ambos hasta muchísimo tiempo después, cuando ya éramos mayores de edad: en un camión me encontré a Dante vestido de Policía Federal, y El Beatle me fue a buscar a la casa para que le prestara dinero; lo acusaban de robarse unas bocinas). Aun así, transmitían en los canales de videos musicales “Cumbia sobre el río” o mi favorito, “Cumbia poder”. Realmente me era inevitable imaginar a mis compañeros de secundaria bailando de gavilán, haciendo el paso de la moto.

Gracias a Dante y El Beatle le agarré sabor a la cumbia colombiana y al paseo vallenato. Algunos fines de semana los acompañaba al Puente del Papa a que compraran casetes, discos, pantalones Dickies y más.

Así como me fui convirtiendo por completo en un punk rocker, Celso Piña, quien se aferró a la música no popular y relegada de la Ciudad de las Montañas hasta curtirse como el artista sobresaliente que fue, con las trece canciones que componen Barrio bravo se introdujo en mi colección de CD’s donde destacaban bandas como A.F.I., Satanic Surfers, Fun People, Snuff. Eso se dio gracias a la convivencia que tuve con los cholombianos de mi secundaria, por los músicos-callejeros que acostumbraban subirse a tocar en los camiones la “Cumbia sampuesana”. O también porque en una de mis caminatas por rumbos desconocidos de Santa Catarina, alguna pandilla me correteó y aventó piedras, simplemente por transitar por una calle que “ellos controlaban”.

La actitud de toda esa juventud era por su fidelidad a El Rebelde del Acordeón. Él había hecho algo similar, pero cuando luchó por llevar a las masas la cumbia colombiana y el paseo vallenato desde mediados de los años 70, para darles una identidad a sus seguidores, ya que el artista y el escucha eran marginados por las altas esferas de la sociedad y el Gobierno regiomontano, simplemente por sus “malos gustos” y sus orígenes humildes. Sin embargo, entre el precursor de la cumbia neolonesa y sus fans había más cosas: códigos, sinceridad y ejemplos de salir adelante; Celso había pasado de trabajar como intendente del Hospital Infantil de Monterrey, a ser la voz de los cholombianos de la Ciudad de las Montañas que se regocijaban estrafalariamente, en cualquier rincón donde lo conocían por ser alguien real.

Cinco

Terminé de cursar la preparatoria y Celso Piña era famoso. Se oía hablar que bajo la influencia de Alfredo Gutiérrez “El Monstruo del Acordeón” llegaba a Europa y otras partes del mundo interpretando su cumbia neolonesa, que había hecho bailar al Premio Nobel de Literatura 1982 Gabriel Garcia Márquez con la melodía “Macondo”. La música norestense ya no únicamente se relacionaba con el corrido, el huapango, la polka; ritmos que, en los primeros años de la carrera de El Rebelde del Acordeón, no lo dejaron sobresalir.

Lo contradictorio es que su estilo musical para “la clase baja regiomontana” pasó a ser un buen negocio en la industria musical, cuando se dio la explosión de Barrio bravo y a nadie le importó –tampoco sabían– su historial con cinco materiales publicados desde principios de los años 80, igual que, gracias a su trabajo, habían surgido agrupaciones como La Tropa Colombiana (proyecto de cumbia neolonesa integrado por ex músicos de la Ronda Bogotá).

Lo raro, más bien, contradictorio, es que su estilo musical para “la clase baja regiomontana” pasó a ser un gran negocio en la industria musical, cuando se dio la explosión del disco «Barrio bravo»,y sin importarle a nadie que su historial como músico arrastraba más de cinco materiales publicados desde principios de los años 80.

Sin embargo, de no haber sido Julián Villarreal “El Moco” (ex bajista de El Gran Silencio), quien puso el ojo en El Rebelde del Acordeón para hacer Barrio Bravo, un disco más pop, pocos se habrían interesado en el estilo del músico, y tal vez nadie le hubiera propuesto fusionar ritmos que lo catapultaron a la fama internacional. También, cualquier propuesta le llegaba a sus representantes y era posible vivir de la música, del sueño dorado que no lo concebía en su cabeza doña Rosa, mamá de Celso.

Así fue como lo invitaron a participar en el film de poca distribución en el país Cumbia callera (2007), el cual retrató el ambiente marginal de la cumbia colombiana y el paseo vallenato en la Ciudad de las Montañas. En ese proyecto que ganó como mejor película en el Festival de Moscú 2008 realizó el tema central. Igualmente apareció en la escena final haciendo bailar a cientos de cholombianos. Yo supe de ese largometraje el mismo año que salió: no se cansaban de promocionarlo en la televisión y radio regiomontana, como si lo cholombiano nunca hubiera sido segregado, discriminado y tachado como lo peor en el Estado más “trabajador, orgulloso, clasista y de doble moral” en todo el noreste. Incluso gracias a Cla, una vieja amiga que ahora vive en París, Francia pude presenciar en vivo y directo –por única ocasión en mi vida– a El Rebelde del Acordeón. Se dio porque ella me invitó a un evento de la Facultad de Artes Visuales de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), donde estudió. La cita fue en el EXIT, un bar del Barrio Antiguo que se vino abajo durante la Guerra del Narco que propagó el ex presidente, Felipe Calderón (2006-2012). Y posterior a que proyectaran el tráiler de la película que daría a conocer cómo se vive la música tropical en Nuevo León, alguien desde el escenario dijo: “Ahora, con ustedes El Rebelde del Acordeón, Celso Piña y su Ronda Bogotá”. Si no me equivoco eso no estaba previsto, por lo que todos nos sorprendimos. Era un evento que rosaba en lo snob, con charlas forzadas sobre cineastas pop y música indie. Muchos de los que estaban ahí, mientras estuvo tocando El Rebelde del Acordeón se quitaron sus máscaras y bailaban como en el video de “Cumbia poder”, tirando con las manos trinche pa’ arriba o trinche pa’ abajo. Pero lo más sorprendente fue cuando al primer sonido de la canción inicial, un grupo de unos quince-veinte cholombianos –seguramente venían del Cerro de la Campana, cercano al Barrio Antiguo– hicieron una especie de portazo punk. Aun no lo creo, pero fue la única ocasión que vi mezclarse las clases sociales en un mismo punto, con un mismo fin y sin ningún tipo de etiqueta pendeja. Eso es lo que podía hacer posible el profeta de la cumbia neolonesa.

Seis

El pasado martes 20 de agosto, a eso de las cuatro de la tarde caminaba con mi amigo Said por Paseo de la Reforma. Mi vida de regio falso quedó atrás hace ya más de ocho años, ahora soy un chilango incomprendido que habla cantadito-norteño. Vimos unos stands de libros y decidimos echarles un ojo. Llegamos a uno de la UANL y entre sus publicaciones y el material neolonés que había sobre una mesa busqué algún ejemplar de Celso Piña. El rebelde del acordeón, escrito por José Lorenzo Encinas Garza “Nicho Colombia” y publicado por Oficio Ediciones en 2018. No lo vi y le pregunté al vendedor por la obra: dijo que sólo en Monterrey lo podría conseguir. Seguí caminando y pensé que, cuando vaya a principios de septiembre a la Ciudad de las Montañas iré a buscarlo a la Casa Universitaria del Libro, sin ni siquiera imaginar que Celso moriría más de veinticuatro horas después, con 66 años y a consecuencia de un ataque al corazón.

La noticia sigue azotando a muchos que crecieron, entendieron y valoraron el trabajo de El Rebelde del Acordeón. Por mi parte, en cuanto supe de su deceso me vinieron a la cabeza los bailes de Dante y El Beatle en la secundaria, lo llamativos que era ver sus videoclips de “Cumbia sobre el río” y “Cumbia poder” cuando tenía 13 años, la verbena llena de felicidad que generó aquella noche en el Barrio Antiguo, mi relación Ciudad de México-Nuevo León cada vez que intento volver a ser un regio falso y hago sonar sus canciones, igual que aquel deseo de que entrevistarlo, de conversar con él algún día, antes de que su mote de rebelde significara leyenda del acordeón y la cumbia neolonesa.