Domingo

| Memorias, historias y crónicas

Proceso: Desconfianza al poder

Dicen que la libertad de expresión es de quien la ejerce, y Proceso, en la historia reciente del periodismo mexicano, puso las bases para que ocurriera la libertad y apertura que se está viviendo en la mayoría de los medios. Reproducimos un fragmento de La biografía secreta de un semanario polémico (UANL- Salario del Miedo, 2018).

POR:
proceso
Al que no dice la verdad se le tiene en la palma de la mano.
Sin embargo, el que la dice necesita un guardaespaldas,
pero nunca lo encuentra.
Bertolt Brecht

La verdad incomoda

Proceso sin simulaciones. Como la luz que despeja caminos y despierta conciencias. Su única razón de ser: la información. Lo mismo critica al gobierno que a la oposición, a la Iglesia, sindicatos, intelectuales, empresarios, al Ejército, a presidentes y ex mandatarios, medios de comunicación, movimientos sociales, a países como Estados Unidos y Cuba. Su único compromiso es con sus lectores. Proceso trata de evitar la crítica fácil y complaciente, la ejerce para exhibir abusos de poder, corrupción e incapacidades de los políticos. En este sentido, Proceso reveló en sus páginas que, si aspirábamos a construir un país democrático, el gobierno tendría que tomar en cuenta los reclamos de la sociedad. Proceso fomentó la necesidad de desaparecer la idea de que el presidente no tenía por qué ofrecer explicaciones de sus actos. La élite gobernante no estimuló la crítica sino esperó el juicio de la historia. Proceso no negó el presente y trabajó con la premisa fundamental de Daniel Cosío Villegas: “hacer pública la vida pública”.

Después de la elección presidencial del 21 de agosto de 1994, Julio Scherer tuvo una comida privada con el presidente Salinas. Scherer platicó de un punto central: la sumisión del poder y citó dos clásicos: Zabludovsky y Díaz Redondo. “Sentados uno frente al otro en una mesa rectangular, el presidente lo escuchaba sin un comentario. Scherer le insistió a Salinas que le facilitara documentos que sólo el gobierno posee para escribir sobre la corrupción en los medios de comunicación:

“—…Pasadas las cuatro y media de la tarde, en el postre, mantuve el dedo en el renglón y dije simplemente:

—No me facilitó usted los documentos, señor presidente. —No era el conducto –repuso sin hendidura para la réplica.

Antes me había dicho el presidente:

—Yo también tengo un agravio.

Conozco mis sobresaltos: frío en las manos y un ánimo compulsivo, la desesperación por saber de qué se trata. Sin preámbulos había apuntado directo a una portada de Proceso que lo muestra con la cabeza inclinada y dos palabras que acompañan la imagen: El Declive.

Proceso no tiene ideología política o apoya a un líder carismático. Scherer conversó con el presidente Salinas y le habló de los medios de comunicación, de su corrupción, de su adulación al poder: “Me atuve a palabras grandes y sonoras: la libertad, la dignidad, la justicia y también a observaciones sencillas: No hay abrigo para la mentira –dije- tarde o temprano manos hábiles la desnudan”.

Proceso ha conseguido lo que los políticos siempre buscan, lo que sueñan despiertos: credibilidad. Después del atentado a la libertad de expresión del 8 de julio de 1976, Scherer y los que lo siguieron para fundar Proceso ya se habían ganado la confianza de la gente. ¿Cómo? haciendo su trabajo: informar. Este vínculo con la sociedad ha sido la pieza clave para el ejercicio periodístico de Proceso. Así nació Proceso con el apoyo de la sociedad civil. El editor de cultura de Proceso, Armando Ponce, dice que la fuerza del semanario surge cuando el contenido de la revista refleja lo que la gente está pensando: “El hecho simple de que alguien mande hacer unas mascaritas de Salinas, y empiezan a salir los muñequitos en las calles de la ciudad, eso es nota. (Proceso 999). El pueblo las compra, lo disfruta, se burla, tiene una catarsis. Pero en su momento eso no estuvo en los medios, nadie escribió una línea sobre el caso. Hacer del tema un reportaje implica ponerte en contacto directo con la sociedad, y entonces dedicamos portadas a las bromas de Salinas”.

El enfado que provocaron los reportajes de Proceso fue síntoma de la ineptitud de los funcionarios, de sus errores. En la historia del semanario, los presidentes López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo negaron entrevistas a Proceso. Esta exclusión hacia las páginas de la revista, la detalla Scherer en una plática que sostuvo con Salinas. El presidente habló de Proceso:

—Tengo informes: la revista va muy bien. Lo felicito. Y en seguida con el mejor ánimo:

—¿Se le ofrece algo?

—Sí, señor presidente.

Le dije que, como en el teatro, hay butacas de primera, segunda, tercera, penúltima y última  las. Nosotros ocupábamos las del fondo, si acaso, frecuentemente excluidos de la sala.

—Pondremos remedio.

Lo que fue inevitable: el surgimiento del EZLN en Chiapas.

El país se convulsionó. Los medios aprovecharon que el gobierno estaba más ocupado por aminorar la situación, en crear una cortina de humo, para que el contraste TLC “primer mundo”- Chiapas “pobreza” no perjudicara la imagen presidencial. Disminuyó el control hacia los medios. Sustancialmente, los diarios no presentaron una información homogénea, existían diferentes posturas ante el coflicto zapatista. Periódicos como Excélsior y unomásuno descalificaron al movimiento, desvirtuaron sus causas poniendo más atención en las armas y en las capuchas que a los orígenes del alzamiento. La Jornada, en su editorial, estuvo en contra de la vía del EZLN, pero reconocía la pobreza como una constante de los pueblos indios. Un adjetivo que usaron para referirse a los zapatistas fue el de “aventureros”. Ahora el periódico es un promotor de la lucha indígena y del zapatismo. Por su parte, Proceso ya había anunciado con anterioridad la aparición de campamentos guerrilleros en Chiapas en sus números 866, 877 y 880.

Scherer recuerda una discusión que tuvo sobre Chiapas con Juan Rebolledo –secretario particular del presidente Salinas–. Estaban presentes Manuel Tello, Santiago Oñate, José Carreño, Héctor Aguilar Camín y el jefe de Estado Mayor Presidencial. Rebolledo dijo que el objetivo de Marcos era la política y no el combate a la miseria en Chiapas. La miseria era el pretexto para la violencia que había desatado -afirmaba-. Scherer le contestó: “Ante el dolor de una muela destruida me resultaba trivial precisar por qué esa pieza y no la vecina había sido penetrada por la infección. La miseria en Chiapas era un hecho brutal, absoluto en sí mismo, una maldición entre los hombres. Podía haber miserias más profundas en otros puntos del país, pero la tragedia de los indígenas no aceptaba paliativos”.

En 1994, Proceso tuvo un auge económico importante, como nunca lo había tenido. Los asesinatos de Colosio, Ruiz Massieu, aunado a la guerrilla en Chiapas y la elección presidencial de agosto, fueron hechos importantes que en la historia reciente del país no sucedían. Todo esto se vio reflejado en los números de ese año que alcanzaron un tiraje de 355 mil ejemplares. Por ejemplo:

“El estallido en Chiapas”      número 897              355 mil 850 ejemplares

“La guerra oculta”                número 898              260 mil 700 ejemplares

“Marcos, de cerca”               número 903              259 mil 100 ejemplares

En los primeros tres meses del levantamiento del EZLN, Proceso le dedicó ocho portadas a este suceso de los 12 números publicados en ese lapso de tiempo. Carlos Marín, quien fuera coordinador de producción de Proceso, explica esta situación del 94: “El público compraba el semanario, hubo números excepcionales en 1994, alcanzaron un tiraje de 355 mil ejemplares, lo cual hacía del fenómeno Proceso un caso muy original desde el punto de vista económico… La espectacularidad de acontecimientos que tuvo 1994, en realidad, son inauditos en la historia del país”.

Vicente Leñero lo ve desde otra perspectiva: “En la medida en que le va más mal al país al periodismo le va mejor, la gente vive más en crisis y entonces busca más información… Yo siempre le he dicho a Julio, caray, qué bueno que no vivimos en Suiza, no venderíamos ejemplares. La crisis del país va emparejada al progreso del periodismo y se siente en periodos críticos, la venta sube”.

En la zona del conflicto chiapaneco, los medios locales, nacionales e internacionales cubrieron sin mayores obstáculos la guerra en Chiapas. Fácilmente se introdujeron en la Selva Lacandona llegando a los campos de entrenamiento de los zapatistas. Se calcula que durante los primeros 23 días del conflicto casi mil periodistas –reporteros, fotógrafos, camarógrafos- estuvieron en territorio de los Altos de Chiapas.

Ulises Castellanos, que en esos años era fotógrafo de Proceso, cuenta este clima de “apertura” para poder ejercer plenamente su trabajo: “Nos encontramos en una carretera de brecha a otro grupo de reporteros, uno de Reforma, Cuartoscuro y obviamente la única información corría entre nosotros, y preguntamos qué había ahí adelante y nos dijeron que no había nada, que nos regresáramos, en un afán absurdo de la exclusiva y la competencia entre medios. Yo venía con un fotógrafo de La Jornada. Nosotros seguimos a pesar de lo que nos dijeron. Caminamos unos kilómetros y dimos con un campamento, a partir de eso, nos dimos cuenta que entre los compañeros del gremio no iba a haber una solidaridad o una ayuda extra. Dimos con el mayor Mario en ese momento”.

El 7 de enero de 1994 llegó a Fresas 13 un comunicado del EZLN dirigido al director de Proceso Julio Scherer García. La comandancia le hizo una invitación de servir como mediador para un “posible” diálogo y alcanzar la paz en Chiapas. El 10 de enero (número 897), en las páginas editoriales del semanario apareció la respuesta de Scherer: “Agradezco la inclusión de mi nombre al lado del obispo Samuel Ruiz y de la señora Rigoberta Menchú. Sin embargo, mi condición de periodista me obliga a la imparcialidad, difícil de sostener en la doble condición de mediador y cronista de los acontecimientos que vivimos. Debo, pues, cumplir exclusivamente con las reglas de mi profesión”.

Lo anterior es una muestra del prestigio que a través del tiempo conquistó Proceso. Un medio que hizo posible lo que otros no se atrevían: ejercer la libertad de expresión. Dicen que la libertad de expresión es de quien la ejerce, y Proceso en la historia reciente del periodismo mexicano puso las bases para que ocurriera la libertad y apertura que se está viviendo en la mayoría de los medios. Su mejor carta, la independencia económica.

Froylán López Narváez, fundador de Proceso, explica: “Hicimos un periodismo más a fondo, más radical, más autónomo. El hecho de que no tuviéramos publicidad oficial, el hecho de que salimos con apoyo de la gente, posibilitó mayor autonomía y fue relevante para que Proceso se convirtiera en el único lugar o por lo menos el principal espacio donde se hacía periodismo de investigación… Todos esperan que llegará el sábado para conseguir la nueva edición de la revista; los domingos, después, fue impresionante: ‘a ver que trae Proceso’”.

Un referente significativo de la confianza que generó Proceso semana a semana, lo cuenta el subcomandante Marcos en una historia que le sucedió el 1 de enero de 1994: “Quisiera recordar una anécdota, de las muchas que andan sueltas en nuestras mentes y pláticas, del día primero de enero de 1994: al anochecer, la mayoría de la gente civil que había estado, entre curiosa y escandalizada por lo que veía, con nosotros en el palacio municipal de San Cristóbal de las Casas, se había retirado a sus casas y hoteles asustada por los insistentes rumores de que el Ejército Federal intentaría asaltar nuestras posiciones en la oscuridad. Llegaban, sin embargo, uno que otro borracho para el que la fiesta de fin de año se había alargado 24 horas. Manteniendo con dificultad el equilibrio se dirigían a nosotros preguntándonos de qué procesión religiosa se trataba porque veían muchos ‘indios’ en el parque central.

“Después de informarles de qué se trataba nos invitaban un inútil trago de una botella ya vacía y se iban, tambaleándose y discutiendo si la procesión era por la virgen de Guadalupe o por la  esta de Santa Lucía. Pero también se nos acercó gente en su juicio, o eso aparentaba. Y entonces ocurrió lo que ocurrió: surgieron estrategas bélicos y asesores militares espontáneos que nos hacían señalamientos rotundos de cómo correr y evitar muchas bajas cuando nos atacaran los federales, porque respecto a que seríamos aplastados había unanimidad en todos ellos. Alguno, ya más entrada la noche y cuando nuestras tropas se alistaban para trasladarse a sus nuevas posiciones previas al asalto de Rancho Nuevo, se acercó a mí y con un tono más paternal que doctoral me dijo: ‘Marcos, cometiste un error estratégico comenzando la guerra en sábado’. Yo me acomodé el pasamontañas que, junto con mis párpados, empezaba ya a cerrarse sobre los ojos, y aventuré, temeroso: ‘¿Por qué?’

“Mira, dice mi improvisado asesor de estrategia militar, el error está en que los sábados cierra su edición Proceso y entonces los análisis y reportajes verdaderos sobre su lucha no van a salir sino hasta la próxima semana. Yo sigo acomodándome el pasamontañas más por darme tiempo que porque estuviera fuera de lugar. Mi asesor militar coleto agrega implacable: ‘Debiste haber atacado el viernes’. Yo trato, tímidamente, de argumentar en mi defensa que la cena de año nuevo, los cohetes, los festejos, los etcéteras que ahora no recuerdo pero que seguro dije porque el personaje que tenía enfrente no me dejó continuar y me interrumpió con un: ‘Y ahora quién sabe si ustedes van a durar hasta la próxima semana’. No había lástima en su tono, había una lúgubre sentencia de muerte. Se fue dándome una palmada comprensiva de mi torpeza estratégica al atacar en sábado. No he leído el Proceso de esa semana posterior al primero de enero, pero si en algo tenía razón el estratega de esa noche era en que en Proceso salen análisis y reportajes verdaderos. Poco puedo yo agregar a las virtudes que todos señalan en la labor periodística de este semanario reconocido mundialmente. Basta llamar la atención sobre la profundidad siempre presente en los artículos de Proceso, de diversos enfoques de una problemática, sea nacional o internacional”.

Pasaron dos años y el distanciamiento del EZLN con Proceso lo aclara Vicente Leñero: “Llegamos a tener un problema fuerte con Marcos. Marcos había sido nuestro caballito de batalla y en alguna ocasión sacamos un reportaje. Una portada que decía ‘El atardecer de Marcos’, nosotros lo mirábamos en el atardecer, no quiso saber nada con Proceso. Claro, el político toma con reserva al periodista, es lo que me gusta a mí del periodismo, el periodismo no tiene partido. Tiene de pronto un sentir ideológico, pero su verdadera ideología es el periodismo”.

En 1994, el presidente del PAN, Carlos Castillo Peraza habló sobre el periodismo de Proceso: “Resulta increíble que Proceso sea punto de referencia para los diarios, siendo como es un semanario. Pero así es y esto se debe, sin duda, al timonel de esa barca semanal que tiene a don Julio como primer reportero, al decir de sus propios colaboradores. Don Julio y Proceso van a ser pieza importante en el proceso electoral de 1994 sencillamente porque ya son piedra angular periodística de la lucha por la democratización del país. Éste requiere de un periodismo ferozmente independiente y objetivo”.