orquesta
COLUMNAS   

Musique de merde


Orquesta Transformación

Seguimos sin darle la importancia verdadera al poder que tiene la música en la sociedad; aún pensamos que ser músico es un hobby, que dedicarse a la música es tarea perdida. El problema es ese, que queremos verlo como un trabajo y no como lo que es: una opción de vida.

OPINIÓN

Seguimos sin darle la importancia verdadera al poder que tiene la música en la sociedad; aún pensamos que ser músico es un hobby, que dedicarse a la música es tarea perdida. El problema es ese, que queremos verlo como un trabajo y no como lo que es: una opción de vida.

Por: Homero Ontiveros

orquesta
Foto: Facebook Sonidos de la Tierra

José Antonio Abreu logró llevar la música clásica a los niños más pobres de Venezuela; en 1975 fundó lo que se conocería como El Sistema, un programa a través del cual se les daban clases gratuitas de música a niños provenientes de familias de escasos recursos ya que la idea principal del maestro era provocar un cambio social por medio de orquestas juveniles.

El maestro Abreu decía que su prioridad más importante era dale a los pobres acceso a la música, ya que la alta cultura musical tiene que ser una cultura común y parte de la educación de todos.

Esta idea se volvió global gracias a los resultados que presentaba. Por ejemplo, uno de los más importantes directores de orquesta hoy en día es egresado del Sistema, se llama Gustavo Dudamel y es el director musical y artístico de la Filarmónica de Los Ángeles. Tan exitoso se volvió el programa que muchos países comenzaron a replicar esta forma de hacer llegar la música a niños y jóvenes en situación vulneraba.

Hay numerosos casos en los que la música ha sido utilizada como vehículo de transformación social. Está el programa Sonidos de la Tierra, creado por el maestro Luis Szarán y la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura, ambos proyectos en Paraguay, en los cuales no solo llevan música a niños pobres o en zonas rurales, sino que también crean sus propios instrumentos con basura reciclada.

En Filadelfia existe el programa POP, donde la música clásica es llevada a niños de barrios pobres y violentos. También en Harlem, Nueva York, y en un sinfín de países desde el continente africano hasta América, en muchas latitudes la música se está utilizando para dar una opción más a aquellos niños que están rodeados de un contexto conflictivo.

Abreu estaba seguro que cuando a un niño se le pone un instrumento musical en las manos, y se le facilita un maestro, ese niño ya no es pobre.

He podido constatarlo de cerca. La asociación Supera, a través del programa “Jóvenes transformando jóvenes”, ofrecen talleres de rap a jóvenes de colonias violentas en la zona metropolitana de Monterrey. En el 2015, después del primer taller, se grabó un disco llamado Rimas por la equidad, en el cual los jóvenes rapeaban tratando temas de género para de este modo concientizar sobre la violencia hacia la mujer.

Platicaba hace algunos meses con uno de los chicos participantes en ese disco y me decía que, si no hubiera sido por el rap, y los talleres que les impartieron, probablemente ya estaría muerto o encarcelado. Y no es el único. Otro joven que está apenas comenzando los talleres de este programa, y quien tiene problemas de adicción y violencia, cuando le pregunté por qué le interesaban los talleres, me contestó tajantemente que quería demostrarles a todos que podía hacer algo más en su vida. Para él esta es una opción de vida, la música.

Seguimos sin darle la importancia verdadera al poder que tiene la música en la sociedad; aún pensamos que ser músico es un hobby, que dedicarse a la música es tarea perdida. El problema es ese, que queremos verlo como un trabajo y no como lo que es: una opción de vida.

En el documental Crescendo, que pueden ver en Netflix y aborda esta temática del cambio social a través de orquestas juveniles, hay una parte donde el director del programa les dice a los jóvenes músicos principiantes: “Una orquesta es una comunidad, que a su vez está formada por pequeños grupos. Todos estos grupos deben estar coordinados entre sí para que la comunidad funcione y camine, porque si un miembro de cualquiera de los grupos se equivoca, no solo afecta a su grupo sino a toda la orquesta, es decir, a toda la comunidad”.

Me quedé pensando en lo claro del ejemplo. Si entendiéramos que como sociedad somos simbólicamente similares a una orquesta, habría mas empatía, más entendimiento y congruencia entre nosotros, pero sobre todo, mucha música para nuestra transformación social.