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Musique de merde


Un acto de amor

Un disco siempre será un gran regalo, pero hay que saber escogerlo, no hay que darlo a la ligera porque ahí se quedarán secretos y pensamientos.

OPINIÓN

Un disco siempre será un gran regalo, pero hay que saber escogerlo, no hay que darlo a la ligera porque ahí se quedarán los secretos, los pensamientos que llegan mientras lo escuchamos, esos que no decimos en voz alta.

Por: Homero Ontiveros

Cuando apareció el formato CD no era muy accesible para quienes solíamos consumir música grabada. Los precios no eran económicos, en comparación al cassette, y además tenías que tener un estéreo o equipo modular que pudiera leer este formato, así que para muchos de nosotros cambiar la forma de escuchar música fue un proceso lento.

Cuando en casa ya teníamos dónde escuchar cds, yo no tenía dinero para comprarlos, al menos no los que a mi me interesaban. Pedía discos prestados y los grababa en una cinta que me acompañaba posteriormente en una mochila con infinidad de música y apenas un cuaderno que usaba en la universidad.

En mi familia siempre hemos acostumbrado hacernos regalos en navidad y, para no errarle, hacemos una lista de opciones de los que cada uno quiere. Aproveché una navidad para pedir un cd, éste sería mi primer compact disc. Se trataba de un concierto del guitarrista Pat Metheny, por esa época empezaba a escuchar jazz y los discos que me llamaban la atención no eran muy baratos que digamos.

Pasaba por la tienda y lo veía en el estante, entraba solamente a ver si se iban vendiendo o seguía la misma cantidad aguardando. Cada vez que entraba a la tienda de discos era una agonía el pensar que podría ya no estar ahí pero, ahí supe que el jazz no se vendía mucho.

Se llegó la navidad y, aunque había pedido ese disco en específico, no había ninguna certeza que lo obtuviera, por eso cuando abrí la caja y ví aquella portada azul oscuro con la leyenda Road to you, me quedé observándolo por varios minutos. Le quité la envoltura, miré las fotos interiores, leí los nombres de los autores de cada tema y de todos los músicos que participaron, volví a ver las fotos y ahí estaba encontrando cosas aún sin escucharlo.

Fue mi primer disco de jazz, y mi primer cd en general. Como no quería gastarlo, pasé todo el concierto a una cinta y el cd solo lo ponía en momentos muy especiales. Al finalizar el día, ya cuando todos dormían, bajaba a la sala y escuchaba cada uno de los temas queriendo entender lo que a mi me decía Pat Metheny, es decir, sabía que había algo para mí en esa música, solo era cuestión de escuchar con atención una y otra vez.

Durante algunos años me acompañó en el camino a la universidad. Cuando aún estaba oscuro salía de casa y caminaba alrededor de siete calles para tomar el camión urbano; entonces sonaba Have you heard, esa mezcla de jazz y bossa con actitud de rock que me terminaba de despertar. Recuerdo una vez que caminaba por el centro de la ciudad, cerca del hotel Holiday Inn, y la postal era inmejorable: hacía frío, el día estaba clareando, y la Sierra Madre se erguía imponente bajo un cielo naranja y celeste claro que abrazaba todo el espacio. En ese momento, mientras andaba, Pat Metheny hacía un solo de guitarra elegantemente explosivo, ya lo  había escuchado otras veces pero ahora era distinto, como si entendiera su idioma. El pecho se me infló, miré las montañas y sentí el frío en la cara, Metheny tocaba nota tras nota con una fuerte energía, no era necesario esforzarme por entenderlo, sabía que en ese instante tocaba para mi. Entonces sonreí placenteramente y supe que eso era la felicidad. Esa mañana comprendí que escuchar música hace más bien de lo que imaginamos. Una buena canción, en el momento preciso, hace que cambie todo a nuestro alrededor.

En una ocasión, estando en el Barrio Antiguo, rompieron el cristal del carro de mi papá para robarse el estéreo. Cuando llegué y ví la ventana rota, el corazón se aceleró, como es normal, pero mi mayor sorpresa fue ver que se habían robado varias cosas menos mi disco de Pat Metheny, el cual estaba ahí porque ese día saldría con una chica que me gustaba y quería impresionarla cuando se subiera al coche. Fue una metáfora: pueden llevarse todo menos mi música.

Este disco me ha acompañado muchos años; ahora cuando lo escucho recuerdo las mañanas rumbo a la universidad, el trayecto en el ruta 6, las noches con las luces apagadas en mi casa, aquella vez en que me enamoré y cómo le hablaba a ella apasionadamente sobre ese cd que me sabía de principio a fin. Recuerdos de una época de mi vida, pero lo más importante: recuerdo momentos, instantes y sensaciones precisas y eso, solo se logra con la música.

Hoy tengo más de cinco mil cds que he ido coleccionando. En ellos hay inmensidad de recuerdos. Ahí está mi vida guardada en canciones y todo comenzó con un regalo de navidad.

Un disco siempre será un gran regalo, pero hay que saber escogerlo, no hay que darlo a la ligera porque ahí se quedarán los secretos, los pensamientos que llegan mientras lo escuchamos, esos que no decimos en voz alta.

Regalar un disco es un acto de amor porque, obsequiar música, es un pedacito de vida, una hoja en blanco donde cada quien escribirá su historia en una canción.

Regalemos música, regalemos canciones, regalemos momentos, regalemos amor y seguro algo cambiará a nuestro alrededor.