Ángela Aguilar: El problema de los legados en un mundo sin memoria

El género ranchero, ¿descansa más en la reproducción amable de un pasado cada vez más distante, que no es amable? ¿O en qué medida el presente del género puede integrarse a la robusta herencia de la que mañana será la música de ayer? Entramos a ver qué explicaciones podrían hallarse en en la más joven de la dinastía Aguilar.

El año del 2003 es uno de esos años que por no iniciar con “mil novecientos”, se siente más cerca de lo que realmente está. Estamos bastante más cerca de que se cumplan 20 años de él (la arbitrariedad de los números). Como sea, fue un año interesante en México: Se creó el grupo G20 y se fundó la financiera Rural. El huracán Erika castiga el norte del país, y el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas es creado vía la Ley General de Derechos Lingüísticos para los Pueblos Indígenas. 

También durante ese año Pepe Aguilar estaba de gira por Los Angeles, California. Motivo por el cual, su hija Ángela, nacida allí, durante esa gira, tiene pasaporte estadounidense. Ángela nació en el año 2003 y este año cumplirá 16 (la arbitrariedad de la números). Por cierto, aunque no hubiera tanto que discutir musical y mediáticamente sobre la hija de Pepe, hay que decir que es raro que una niña de 16 años sea tan buscada en internet de acuerdo a cómo se le ve la ropa en sus fotos. Pareciera que a los internautas mexicanos nos interesa un poquito demasiado ver las anatomías liminales de las menores de edad. Esa discusión merece estar en la sobremesa. Pero hoy pondremos a Ángela en las búsquedas relacionadas con la música ranchera, que es en donde tiene que estar.

“Porque a mi me bautizaron con un trago de tequila”

¿Podríamos imaginarnos a algún miembro de la “Dinastía Aguilar” para quien la música y las canciones mexicanas no sea una parte de su vida, aunque sea cotidiana? ¿Que los hijos (y/o sobrinos) de Pepe Aguilar no se sintieran atraídos por cantar canciones mexicanas sino por ser médicos o diplomáticos? Quizás no en este universo. Y precisamente, tanto Leonardo, como Aneliz y, para el presente caso, Ángela, parecen asumir que su apellido tiene implicaciones que los comprometen con la historia y la cultura de su país (y quizás es o será así).

Como sea, hace unos, días con la intención de iniciar una conversación y reflexionar sobre el presente de la canción popular mexicana y la presencia de la voz femenina en ella (cuestión en la que la misma joven Ángela se ha pronunciado antes), escuche su disco Primero soy mexicana, estrenado el año pasado. Para salir rápido de eso, pues no es el tema central, me parece que el álbum tiene más valor por las preguntas que plantea que las respuestas que propone. Sin que esto necesariamente hable mal de Ángela, su trabajo ni el del equipo involucrado (excelente producción e instrumentación, por cierto). 

¿Pero qué pasa con Ángela? ¿Quien es o quién puede ser considerada después de tres grabaciones  y un álbum largo? ¿Que significa ella en el paisaje de imagenes del Salon Tenampa? La apuesta (en la que Pepe tendrá mucho que ver) se lee desde el título del compilado, una referencia directa a un filme en el que aparece su abuela Flor Silvestre y que incluye, entre algunas imperdonables de la tradición del ranchero, el clásico de Lucha Reyes: “La tequilera” (con sus honky tonk hiccups incluidos).

Sacando juventud del pasado

Justo el contraste entre el sonido profesional del ensamble que la acompaña, con su voz todavía de niña (a la Pedrito Fernandez), responden una parte de esas preguntas, más en lo tocante a ella y su familia, que respecto de la ambiciosa apuesta que claramente el disco es, o trata de ser. Ángela, aunque es una voz juvenil prometedora, con una posición privilegiada y contando con amplios recursos y conocimiento que la respaldan, es quizá un recordatorio del poder de los músicos y productores de usar un lenguaje tradicional para explorar la mexicanidad desde sensibilidades globales, femeninas y prospectivas.

Estas son tres preguntas que el mariachi y el aparato musical y folklórico de profesionales mexicanos (y de otras partes) tiene mucho para responder de forma espectacular ¿A que se refiere lo prospectivo o que tiene que ver con la música ranchera o los jóvenes como Ángela o sus hermanos? Pues para decirlo directo, pero con educación, la ranchera (o esa parte de la “música regional mexicana”) parece seguir viviendo mucho de su memoria, del repertorio tradicional y su repetición.

No es que no se escriba o produzca nada nuevo nunca o que no se trate de corresponder con el mundo del mobile first. Hay mariachis para nintendomaniacos, hay los que hacen covers pop para apantallar a quienes nunca han recibido o dado serenata y está Mariachi Flor de Toloache. Incluso, la mexicana Lucero ha echado mano del apoyo del mismísimo Rubén Fuentes para producir canciones que llevan más de 20 años en la memoria del ranchero transmilenario.

Y ese es un poco el punto: El género ranchero, ¿descansa más en la reproducción amable de un pasado cada vez más distante, que no es amable? ¿O en qué medida el presente del género puede integrarse a la robusta herencia de la que mañana será la música de ayer? ¿Que explicaciones podrán hallarse más tarde en la ranchera, sobre lo que pasa hoy dentro de él y a su alrededor?

La producción de temas inéditos dentro del género ranchero sigue siendo desproporcionada frente al enorme culto a la memoria y la romantización de los mitos viejos, pre y modernistas sobre lo mexicano.

Hay que hablar con mucho respeto de esto, y haciendo notar que el afán es por curiosidad, no por desacreditación. Pero parece cierto que la producción de temas inéditos dentro de este género, sigue siendo desproporcionada frente al enorme culto a la memoria y la romantización de los mitos viejos, pre y modernistas sobre lo mexicano. Es cierto que la ranchera, entre los géneros populares mexicanos, es el más dominado por narrativas que glorifican sets de prácticas heteronormativas como el consumo excesivo (pero pasional) de alcohol, la inaccesibilidad emocional y el carácter tormentoso hacia la(s) pareja(s), cuando no violento o directamente homicida.

Y no es que la ranchera sea todo solo eso, pero es allá hacia donde más se orienta esta retrovision obsesiva, hacia un mundo de lo mexicano, limpio de globalizaciones y viralizaciones, con un universo ético transparente e inconfrontable, en el que incidentalmente, el “Mariachi Loco” vive en el polo de quienes se divierten más y la “Paloma Negra” en el polo de quienes se divierten menos. Los particularistas históricos estarían discutiendo sobre esto y sobre si es o no el reflejo asertivo de diversas épocas y las transiciones y quiebres entre ellas.

“Y si vivo cien años, cien años pienso en tí”

Y precisamente, cabría preguntarnos ¿cómo refleja la ranchera nuestros tiempos actuales y su signos, más allá de esfuerzos como los del mismo Pepe, Cuevas Cobos o El Potrillo? ¡Sus voces no son todo lo que hay por contar!  Y aunque Belinda cantando “Amor de los dos” con Lupillo o la misma Ángela (que en veces también suena como Belinda) canalizando su Flor Silvestre interna no sean necesariamente la respuesta contundente a la pregunta, sí son un indicador de respuestas que ya se están proponiendo y pueden seguirlo haciendo.

Se dice mucho que “el futuro es femenino e interseccional”, y, precisamente, en el mundo de la música de mariachi post Rubén Fuentes, el momento es apto para explorar sentimientos y voces que reflejen más el México del “Chucky” Lozano, Eiza González o la misma Ángela Aguilar, que aquel(los) Méxicos de José Alfredo, María Félix o Émilo Azcárraga Milmo, que fueron alguna vez y que no son más.

Vamos, las canciones de Juan Gabriel llevan, bajita la mano, apareciendo en cantantes, tracklists y videos más de medio siglo. No nos engañemos. Es justo que tomemos un poco nota de temas como “Let Down” (Mariachi Flor de Toloache), por poner un ejemplo, y nos acerquemos a otras complejidades. En la que alguien que no es (o no se cree) charro negro siente los encuentros y desencuentros mencionados antes, de los que el género ranchero suele hablar, para presentarlos desde otros lados de la mesa

Ángela tiene en su carrera (y en la mesa servida frente a ella) una oportunidad interesante para decidir cómo se integra al panteón del que su familia es parte importante, y de presentar una sensibilidad propia, más allá de la postura complaciente y sobrereverente que muchos toman en los grandes circuitos musicales de este género, originalmente folklórico.

El futuro de Ángela, podría tener la relación que ella y su equipo quieran tener con los tres tópicos señalados antes: lo prospectivo y lo femenino (o hasta lo exten-sensible), y los diálogos que vengan o puedan venir para la música vernácula con otras narrativas. Pero también sobre lo global y los entramados interculturales por venir: temas como las migraciones, las cosmovisiones y lenguas indígenas (pre-mexicanas y de otros lados), la gentrificación; las reproducciones, re-apropiaciones y explotaciones culturales, el replanteamiento de lo kitsch, etcétera. 

Y más, las relaciones de todo esto con los procesos de identidad individual y colectiva, con el examen de lo que “lo mexicano” es, en contraste con lo que se puede exigir que sea, podrían hacerse presentes y abrir conversaciones, utilizando las bases y el lenguaje del mariachi. A mi me encanta la idea y creo que que aunque es normal e inevitable que en las grandes plataformas de distribución se use un lenguaje complaciente y reiterativo, y los cuestionamientos o experimentos provengan de la periferia, por otra parte nunca se sabe cuando una Cher va a mencionar a una Yma Sumac. Habrá que esperar unos tres o cuatro álbumes para entender qué tipo de consagración creativa tendrá Ángela Aguilar. Pero la estaremos escuchando.

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