escuchar
COLUMNAS   

Musique de merde


Escuchar discos como acto contracultural

Tenemos tanta prisa por escuchar más, que no escuchamos bien. Y eso es algo importante: la música no se puede escuchar con prisa.

OPINIÓN

Hace algunos días escuchaba el disco Kamikaze de Luis Alberto Spinetta. Mientras pasaban las canciones me puse a mirar la funda donde venía guardado el LP y me entretuve un buen tiempo leyendo un texto extenso del mismo Flaco, escrito para contextualizar esa grabación y el por qué de esas canciones, además de mencionar a todos los que estuvieron involucrados en esa producción. Eso me hizo darle una segunda vuelta de escucha, un acto realmente contracultural si tomamos en cuenta que hoy día es difícil que alguien escuche un disco completo y aún más difícil que lo haga dos veces, pero con más atención. Lo que Spinetta escribió sobre la música tendió un puente entre las canciones y yo, gracias a eso la segunda escucha fue diferente, más compenetrada, más profunda. 

Mientras seguía leyendo y escuchando pensé en que eso es algo que ha dejado de existir para muchas personas y muchos artistas. No hay lazos que se construyan, ni caminos que nos acerquen de una manera más significativa, porque cada vez hay menos información sobre la música que se produce. Para una gran mayoría basta con saber el título de la canción y el artista, y a veces ni el nombre es importante. Esto es gracias a la manera actual de consumir música, una manera voraz que atiende más a la cantidad y no precisamente a la atención. Somos capaces de escuchar más de 20 canciones diferentes en un día, pero incapaces de escuchar un disco completo. Alegamos diversidad, pero en realidad se trata de nuestro vicio por navegar. Si ponemos atención veremos que es una misma conducta: cambiamos de ventanilla tan rápido como cambiamos de canción.

El tiempo de “vida” de un disco hasta no hace mucho tiempo era de mínimo un año y medio, porque había que dejar que las personas lo fueran desmenuzando y lo hicieran suyo. Ahora el tiempo de vida de un disco es el mismo tiempo de vida de un sencillo: dos o tres meses.  

Siempre me resisto a decir que todo pasado fue mejor porque es una falsedad, pero eso no significa que tengamos que negar las cosas buenas del ayer. Estamos tan apurados en estar actualizados, y actuar de esa forma, que se vuelve incorrecto hablar de lo que pudo haber sido mejor en el pasado y no aceptamos verdades, como el hecho de que la nueva forma de escuchar y consumir música está afectando a la relación público-artista. Y por relación me refiero a una sustancial: esa relación que te acompaña durante muchos años de tu vida, no la que se crea por tendencia o novedad. Esas relaciones se van construyendo poco a poco, entre una canción y otra, entre un disco y otro. Por eso el tiempo de “vida” de un disco hasta no hace mucho tiempo era de mínimo un año y medio, porque había que dejar que las personas lo fueran desmenuzando y lo hicieran suyo. Ahora el tiempo de vida de un disco es el mismo tiempo de vida de un sencillo: dos o tres meses. 

Si la relación de uno con los discos ha permitido que gran parte de nuestra vida esté guardada en canciones, ¿qué se queda guardado de nosotros en música que es escuchada de manera automática? ¿Dónde se guardan los recuerdos? No es un acto de nostalgia, es una forma de mantener respirando la memoria. Tenemos tanta prisa por escuchar más, que no escuchamos bien. Y eso es algo importante: la música no se puede escuchar con prisa.

Desde luego que hay muchas bondades en la forma actual de consumir música, pero no estoy seguro de que las aprovechemos. Nos dijeron que, en lugar de un solo pan, ahora tendríamos derecho a tres panes distintos, y en lugar de probar y saborear cada uno, nos metimos los tres al mismo tiempo en la boca. No supimos diferenciar cuál era el sabor de cada uno. Así pasa con la música: no distinguimos una de otra porque no nos damos el tiempo de saborearla, y peor aún, porque cada vez es menor la información que tenemos para poder degustar bien un disco.