Futbol en tránsito

La tumba del club

Ximena Peredo – El estadio Bancomer BBVA es una exhibición monumental del poder del dueño sobre de sus clientes, de ninguna forma es la casa que sostiene a una fraternidad.

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El estadio Bancomer BBVA es una exhibición monumental del poder del dueño sobre de sus clientes, de ninguna forma es la casa que sostiene a una fraternidad.

Por: Ximena Peredo

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Foto: Edwin Lara (Flickr – Creative Commons)

Es un fenómeno global que el futbol industrial está acabando con la tradición y la memoria de los clubes. Las reglas del mercado se imponen en la cancha y fuera de ella. Los jugadores son productos que se intercambian o venden según cálculos económicos realizados a puerta cerrada. Los nuevos estadios son dispositivos sumamente controlados, diseñados para el consumo y el confort lo cual, a primera vista, puede ser deslumbrante  pero tiene el potencial de sepultar el espíritu de toda una afición.

Hablo desde afuera. No soy aficionada de ningún equipo local. No hubo quien en la familia me contagiara esta pasión, y nadie me regaló una jersey (con esto parece comenzar todo). Hoy, sin embargo, me interesa mucho lo que pasa en la política del futbol, sigo la telenovela de odios y pasiones entre jugadores, afición y directivas. Me gusta porque es un reflejo de la sociedad. Es otra gran fábrica de ilusiones que se sostiene de dependencias y gratísimos momentos de espontaneidad. Momentos que, según observo, están siendo cada vez más cortos y caros.

Por estar relacionado directamente con el caso de estudio de mi tesis, conozco muchas de las relaciones que dieron origen al estadio BBVA. Esto lo comento para advertir al lector dos cosas: una, no veo al estadio como aficionada, no es mi casa; y dos, mi indignación por la forma en cómo Femsa se apropió del espacio público natural conocido como La Pastora siempre está conmigo. Hechos los descargos también tengo que decir que he estudiado documentos, realizado entrevistas a directivos, aficionados y a trabajadores del estadio y, por supuesto, también he estado en varios juegos. Dicho lo anterior planteo la hipótesis de este ensayo: el estadio Bancomer BBVA antes de impulsar al Club de Futbol Monterrey (CFM) está sepultando los grandes motivos para ser aficionado. Puede convertirse en la tumba del Club.

Baso mi sospecha en la cada vez más evidente relación contradictoria entre los intereses de los dueños de un club, que también son los dueños del estadio y de la cerveza que ahí se vende -una gran acumulación de poder-, y los intereses propios de la afición. No me refiero al antagonismo histórico entre una afición que siempre sabe más y mejor que su directiva, sino al diseño del estadio, a sus nuevas reglas y a las decisiones que la directiva ha venido tomando de cara a los estallidos de violencia ocurridos en su propia casa.

El BBVA es la encarnación de una serie de lógicas antisociales, como eliminar la presencia del contrario, estigmatizar y hostigar al aficionado con menor poder adquisitivo, rediseñar a una afición como consumidora pasiva. Todo esto trastoca la identidad de un club con el cual se identificaba tantísima gente y que hoy no saben qué pensar, cómo acomodar su nueva opinión. No saben si lo que sienten es individual o colectivo: el estadio ya no ofrece sus antiguos servicios de relajación, compadrazgo entre extraños y desfogue. Ahora el aficionado está reprimido, extremadamente vigilado por policías (policías públicos, por cierto, otro recurso público puesto al servicio del negocio particular), y es obligado a permanecer sentado. No puede cambiarse de lugar, ni socializar con los de otra sección. El abono confirma a qué clase social se pertenece. En esto llamo la atención sobre el trato que desde que fue inaugurado el estadio recibe la barra. Su sección, que se ha ido reduciendo a billetazos –con un incremento de 25 por ciento de un año a otro- está cercada por policías, y “los adictos” parecen enjaulados. Al entrar son sometidos a revisiones más estrictas que el resto y si van al baño o a comprar algo deben volver a pasar por el mismo escrutinio frente a todos. Esto a mi me pareció de las violencias encarnadas más descaradas del estadio Bancomer BBVA. Se le notan los prejuicios sociales y más que eso, se nota que a los dueños les interesa reforzarlos. Los que pagan menos son siempre los más peligrosos. Los de suites son las personas más decentes de la sociedad. De los primeros hay que dudar, sospechar siempre, a ellos hay que acusar; a los segundos hay que obedecer, en ellos hay que confiar y siempre justificar. Con todo, los estallidos de violencia no sucedieron en la sección de la barra, sino en gradas.

El reciente aviso de la directiva de que negará el acceso a aficionados con la playera de Tigres en el próximo clásico local  es una decisión -contrario a lo muchos opinan- totalmente coherente con el ideario Femsa. Aniquilar a la competencia es una de las estrategias que han facilitado el crecimiento expansionista de esta empresa. Si no elimina, entonces compra y absorbe. La idea de expulsar a los Tigres y, en general, de borrar las porras de los equipos visitantes es una idea fascista, de quien cree que la homogeneidad es el paisaje del éxito. Pero, ¿es esta una decisión que los aficionados apoyan? Es un error adivinar, y peor aún dar por sentado que sí o que no.  Mientras el supuesto Club no tenga mecanismos de consulta no podremos saber qué opina su afición.

Aunque el tema es mucho más amplio, sólo anotaría por último que la animadversión producida entre los dos equipos locales es un producto del futbol industrial. No siempre fue así –todavía en los setenta se cantaban por igual los goles de ambos equipos- y no tiene que seguir siendo así. Cuando el futbol comenzó a parecer un negocio en ciernes, allá por la época en que Alberto Santos de Hoyos dirigió al CFM y mucho más evidente con Lankenau en la batuta, se apostó a la creación de segmentos de consumidores diferenciados por equipo. Esto disparó el consumo. Roberto Hernández Jr., un mercader del futbol, fue crucial en la fabricación de esta animadversión. Los únicos beneficiarios de esta pasión han sido quienes venden publicidad, abonos, playeras, cerveza. Pero cuando este choque de identidades resulta en estallidos de violencia, ambas directivas y todos sus socios comerciales se lavan las manos, señalan a los mal portados de salvajes y castigan a todos los aficionados. Son incapaces de realizar una autocrítica en la cual reconozcan la parte de responsabilidad que les compete.  

Por todo lo anterior el estadio Bancomer BBVA es una exhibición monumental del poder del dueño sobre de sus clientes, de ninguna forma es la casa que sostiene a una fraternidad. Henri Lefebvre sostuvo en su teoría espacial, que las relaciones que producen a los espacios tienden a reproducirse dentro de los espacios que crean. Es decir, si hubo ilegalidades, violencia, en su proceso de producción éstas tenderán a repetirse cuando el espacio esté terminado y en funcionamiento. El tiempo le está dando la razón al viejo Lefebvre.