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Rubén Albarrán y Bad Bunny: De features, clickbait y dignidad

La música urbana no nos tiene que gustar, no tiene que ser parte de nuestra vida, no tenemos que hablar de ella si no queremos. Pero no se puede no reconocer que está allí, entre quienes está y que lo está por varias razones. Las veamos o entendamos, o no.

What a time to be alive! Quienes nacimos y crecimos en los años ochenta del último siglo del milenio pasado y decidimos adoptar la música y/o la cultura pop como costumbre y lugar común (para comun-icarnos) hemos tenido la oportunidad (o lo que sea) de ver nuestro siglo XX morir, mutar o irse a otros lados.

Esto, tanto en el dramatismo de las muertes de celebrities en el 2016, como en el desgaste y envejecimiento de nuestros ídolos juveniles, y en la alza a un stardom de 1.21 Gigawatts de jóvenes “reguetoneros”  o de “reguetón o lo que sea”, que es básicamente como los públicos que no gustan o no entienden de los géneros de la música urbana llaman a esta. Newsflash, people: no están obligados a leer o participar en nada de eso (tampoco nadie los excluye), pero la forma en que lo están haciendo quizá no es la mejor o la más conveniente.

Benito Antonio Martínez Ocasio es uno de los personajes más interesantes de la escena musical mundial del siglo XXI, es una historia de éxito digna de una película (o miniserie en Amazon Prime o HBO, ¿quizás?). Y no es que me encante la música de los jóvenes como él, o me interese ponerme la camiseta de la música urbana (de la que, hasta eso, sí disfruto a veces, mientras trapeo y friego el piso con el trapeador).

¿Como se lee “mejor”, entonces (si hay alguna manera)? ¿Cual es el punto con Benito, entonces si la idea no es hacer una apología de la música urbana? Mi humilde propuesta es simplemente invitar al reconocimiento: reconocer que la música urbana es una, quizá la más accesible y popular, de las músicas juveniles de hoy: Bad Bunny, como Trix: es para los chavos. 

Y los “chavos experimentados” como nosotros podemos estar allí, o no, si no queremos, pero es importante partir de ese reconocimiento: la música de chavos no es necesariamente hecha para que nosotros la disfrutemos o participemos de ella, al menos no directamente. Seguirle llamando (y despectivamente) reguetón, tratar de resistirla es, para muchos fines, comparable a estar enojado porque Robert Pattison interpretará a Batman.

Eso, en cuanto al Conejo Malo. Evidentemente estas líneas tienen que ver con su encuentro con el sateluco Rubén Albarrán y las recias reacciones que ha generado en redes los últimos días. Y Rubén, como su legendaria banda, con la que crecí y de la que me fascina el Revés/Yosoy, es parte de ese siglo XX que de alguna forma se fue, o se está yendo, simplemente porque como decía Giovanni Papini, los muertos viejos han de hacer lugar para los muertos nuevos.

Feature or not feature

El enorme David Cortés, ya dijo mucho de lo que habría por decir sobre la carta con la que Rubén explica, quizás más a sí mismo que a nadie más,  su idea detrás de esta movida. Porque además esa explicación, no se la debe a nadie, más que quizás a él mismo y a sus hijos. Pero después de las palabras de David, hay un par de reflexiones periféricas, pero igual o más importantes. 

La primera tiene que ver con lo recién planteado: la música urbana no nos tiene que gustar, no tiene que ser parte de nuestra vida, no tenemos que hablar de ella si no queremos. Pero no se puede no reconocer que está allí, entre quienes está y que lo está por razones. Las veamos o entendamos, o no.

Y eso aplica también para compositores y personajes como, y comparables a, Rubén, que si por un lado son libres de hacer creativamente lo que prefieran hacer, con quien prefieran, por las razones que prefieran (quizás aprovechar la vigencia del joven Benito y la posibilidad de revelarse ante sus públicos), tampoco nadie le obliga ni le exige que entre en esas narrativas. 

Leyendo y releyendo el texto de David, y sobre todo los comentarios, tengo la impresión de que, aunque lo que David escribe me parece muy claro, pareciera que fue leído y reproducido por alguna cantidad de lectores, para reafirmarse sus narrativas y opiniones sobre cosas que pensaban antes de dar click y que parecen seguir pensando después, como si no hubieran pasado por el texto, ni el texto por ellos.

Personalmente no creo que forme parte de ellas, y su presencia o ausencia hacen la misma diferencia. Qué bueno que lo hizo, ojalá sus hijos y sus fans tengan la sensibilidad de interpretar lo que sea que él trate de decirles (porque esto no resta a la carrera de uno ni de otro y abre ventanas para los fanses de ambos, a otras historias musicales), pero Benito es un monstruo comercial y cultural. Already, as it is. Otra vez, su disco puede no gustarnos, pero es un trabajo impecable. Los chavos pagaron boletos y viajes a Coachella, pensando en verlo a él, entre otros. 

Ahora, para terminar la reflexión sobre Rubén, quisiera detenerme en su señalamiento sobre la hipersexualición, un tema vertebral que amerita mucha más discusión solamente a propósito de su presencia: sí, en el reguetón. Sí, en la música urbana. Sí, en el hip hop. Sí, en los programas de la barra matutina de la televisión local y global. Sí, en las canciones clásicas del pop en español de los 80 y 70. Sí, en la mayoría de las prácticas diarias relacionadas con el albur (no el llamado “fino”, que lo es y bastante). Sí en la corriente escena de comedia de stand-up y las escenas de comediantes de muñeca muscular (los y las comediantes son escritores atléticos) que preceden esta durante décadas.

¿Cuál es la reflexión? Que la famosa hipersexualición y los enormes problemas de violencia sexual, misoginia y despersonalización presentes en reguetón y urbano, si bien son retos críticos (en los que por cierto, como usuarios y reproductores de músicas, todos tenemos mucho que hacer y decir al respecto) no necesariamente inician con Daddy Yankee. Lo que Don Ramón Luis hace es volverlos grosera y gráficamente visibles y hacerse rico con eso (¿Por quién votaron el año pasado, por cierto?), pero él no lo inventó, se sirvió de algo que lleva milenios viviendo allí (si esto está bien o mal, es pretexto para otra columna).

Responder y repetir

Como sea, una reflexión que me interesa mucho de esto que podríamos llamar “Ruben-gate”, es nuestra sed o calentura general por confirmar nuestras creencias preconcebidas. Leyendo y releyendo el texto de David, y sobre todo los comentarios, tengo la impresión de que, aunque lo que David escribe me parece muy claro, pareciera que fue leído y reproducido por alguna cantidad de lectores, para reafirmarse sus narrativas y opiniones sobre cosas que pensaban antes de dar click y que parecen seguir pensando después, como si no hubieran pasado por el texto, ni el texto por ellos.

Hace semanas compartí en mis redes, una nota de la revista Aeon sobre la narrativa pop de que los espermatozoides protagonizan carreras de natación hacia el óvulo, en contraste con los reportes de “la ciencia espermática”, cuyo análisis propone que es más adecuada la comparación con las pruebas de habilidades físicas para ser policía. El título contiene la frase “mito machista”. 

Curiosamente, una parte importante de los comentarios, incluidos los que recibí yo, iban dirigidos, más que a discutir las propuestas contenidas en el texto, a hacer bromas sobre la (mal) llamada “ideología del género”.

Y esto para mi es quizá la lección más importante de la discusión a propósito del dueto intergeneracional en cuestión: 

Un volumen de usuarios del internet, por prisas, flojera, ansiedad, etcétera; parecen no acercarse a la información para escucharla, reflexionarla o dialogar con ella ni consigo mismos, sino a responder, aun antes de saber lo que el contenido propone. A ser escuchados, escucharse a sí mismos/as, repetirse lo que ya saben.

Y no lo sé, Rick. Eso no tiene nada que ver con Rubén y menos con Benito. Ojalá y la pausa en los transbordos, la fila del banco o en el punto de venta de hamburguesas, la espera por el Uber; les usemos más para guardar silencio (esto incluye no buscar pleitos por el teléfono con conocidos y desconocidos) y dejar al niño/a de enfrente, ver sus videos de música urbana en paz. Hint: no juzgarle es un inicio. No asumir que somos quien para juzgar, es un buen seguimiento al inicio.